Una buena parte de nuestra vida la pasamos en la oficina conviviendo con jefes, compañeros y clientes. Los roces, situaciones polémicas y embarazosas son inevitables y quien más y quien menos se ha visto inmerso en alguna situación complicada.
Lucy Kellaway, columnista de gestión del Financial Times, recoge en su libro Hice una tontería en la fiesta de la empresa, una ilustrativa y divertida recopilación de las consultas que llegan a su sección y los consejos, que ella y otros lectores les ofrecen para resolver sus problemas. El abanico de conflictos es amplio y abarca todos los especimenes que habitan en la jungla en la que pueden convertirse los centros de trabajo.
Los que mandan
El grupo de los jefes es el que más quejas suscita o, al menos, las más típicas. Entre los reproches a los directivos se encuentran los de los empleados de mayor edad, que no soportan a su nuevo y joven jefe al que tachan de incompetente y mequetrefe. Si bien es duro asumir que alguien más joven te dirija, la cuestión más preocupante es que eso quiere decir que la propia carrera está en declive. Como la búsqueda de un nuevo empleo no parece una opción factible, sólo quedan dos salidas: aguantar con elegancia o convertirse en un molesto cascarrabias. En resumen: haga bien su trabajo sin dejarse humillar.
¿Queda alguien normal? Esto es lo que más preocupa a Kellaway, abrumada por el aluvión de quejas sobre la personalidad bipolar de los jefes. Y es que, por lo visto, hay mucho descontrolado con poder de mando. Lo interesante sería averiguar la causa de esos cambios de humor y repentinos ataques de ira, pero como lo más probable es que no lo consiga, lo sensato es blindarse ante un nuevo arrebato. Repítase que es malo y hasta peligroso, intente trivializar y esté pendiente de las ofertas de empleo.
Empleados y compañeros
No todo lo malo se lo llevan los jefes, los subordinados y compañeros también protagonizan situaciones complicadas de sobrellevar. Uno de los momentos más embarazosos que un superior tiene que afrontar es decirle a un empleado que huele mal. Algo incluso más difícil que despedirle. Como la opción de enviarle un correo electrónico anónimo o delegar la conversación no es muy recomendable, lo mejor es ir de frente, apelar primero a su buen trabajo y, con mucho tacto, explicar la situación.
Participar o no en regalos de cumpleaños, bodas, nacimientos... esa es la cuestión. En resumen, celebraciones varias y demostraciones de compañerismo que suponen un desembolso a veces modesto y otras no tanto. Por mayoría, los consejos se decantan por callar y pagar. El problema se agrava cuando la persona homenajeada no es santo de nuestra devoción. En cualquier caso es mejor participar y ser un “amigable” compañero. “La peor opción es negarse y dar razones, no sólo resultará mezquino, sino también presuntuoso”, dice Kellaway.
La tecnología también puede contribuir a enrarecer el ambiente de trabajo. La tecla “enviar” puede ser un arma arrojadiza que nos puede sacar los colores. Un ejemplo: un mail con una larga sarta de críticas y palabras malsonantes que trágicamente llega a la persona a la que hace referencia. Sí, “¡socorro! y ¡tierra trágame!” es lo primero que acude a nuestra mente. Pero hay que afrontar lo hecho, no confíe en un fallo tecnológico y empiece a humillarse. Si aún no le ha pasado, extreme las precauciones.
Fuente: expansion.com
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