La falta de competitividad es la verdadera lacra de la economía española y, para corregirla, debemos apostar por la revolución digital y la formación de las plantillas. La falta de competitividad es el principal problema de la economía española. De hecho, es el origen de nuestro elevado desempleo y del progresivo endeudamiento al que tenemos que recurrir para mantener el nivel de vida que deseamos.
También es la razón por la que nos está costando tanto salir de esta crisis, una vez que las devaluaciones son imposibles. Países como Alemania aprovechan de inmediato la recuperación de la economía global y las exportaciones tiran de su economía, mientras que España necesita que se recupere su demanda interna, y ésta, para hacerlo, requiere de una financiación que está restringida.
Ser más competitivo que los países con los que compites depende de cuatro factores: la productividad, los costes, la inflación y las devaluaciones de la moneda. España siempre ha perdido competitividad en los tres primeros factores y la ha recuperado a golpe de devaluaciones.
Ser más competitivo depende de cuatro factores: productividad, costes, inflación y devaluaciones. España siempre ha recurrido al último.
Pero, como las devaluaciones no son posibles en el seno de la Unión Monetaria, tenemos que afrontar el reto de la competitividad y fijar una estrategia como país para competir.
Si no somos competitivos, compramos más de lo que vendemos y tenemos que endeudarnos para financiar estas compras, algo especialmente complejo en estos momentos, en los que la solvencia de España está puesta en duda.
Si no somos competitivos, terminaremos teniendo que ajustar nuestras compras a lo que podemos vender y nuestro nivel de vida descenderá, como está ocurriendo en estos momentos.
Por otra parte, moderar nuestros costes depende de la mayor competencia de los mercados de suministros empresariales y, entre ellos, destacan la energía y las telecomunicaciones. Pero también depende de una manera diferente de negociar los costes salariales.
Nuestros costes salariales suben más que nuestra inflación y nuestra inflación es más elevada que la subida de precios de los países con los que competimos. En consecuencia, la espiral inflación-costes nos resta, año tras año, puntos de competitividad.
Sin embargo, en los países desarrollados el principal factor de competitividad es la productividad, en la medida que las subidas de costes y precios son muy moderadas. La productividad es el valor creado por hora de trabajo: los ingresos por cada hora de trabajo.
Los sistemas de información se han convertido en uno de los principales factores de mejora de la productividad.
España ha tenido unas tasas anuales negativas de productividad en el último ciclo expansivo. Hemos crecido echando horas y no con incrementos de productividad. ¿Por qué somos tan poco productivos? Las razones de nuestra baja productividad, y en última instancia de nuestra falta de competitividad, son diversas, pero podemos destacar las principales.
En primer lugar el gap tecnológico de nuestras empresas y de nuestras administraciones públicas en unos años de expansión de la revolución digital. En segundo lugar la inadecuada formación de nuestra fuerza laboral, y, finalmente, nuestra cultura económica, más próxima a la búsqueda de rentas que a la actividad empresarial y a la innovación.
Un aspecto institucional concreto es uno de los principales causantes de esta baja productividad: los elevados contratos temporales. Estos contratos han llegado a ser el 30% del total de los contratos de los trabajadores privados. Es difícil que una empresa invierta en formación en trabajadores que va a despedir en seis meses. Tampoco utilizará una tecnología muy sofisticada y, naturalmente, su productividad será muy baja.
Los sistemas de información se han convertido en uno de los principales factores de mejora de la productividad, porque la mejoran en dos líneas: la eficiencia y la creación de valor.
La mejora de los flujos de información en las empresas, y la interconexión de las áreas funcionales internas y del entorno externo de las empresas (clientes y proveedores), producen estas mejoras de eficiencia que permiten producir lo mismo con menos horas de trabajo.
España es tan poco competitiva por el gap tecnológico de empresas y Administración, por la falta de formación y por una pobre cultura económica.
Pero, el mayor impulso que pueden originar la implementación de estos sistemas de información en la mejora de la productividad consiste en las posibilidades que ofrecen de creación de valor.
Hoy en día no compramos bienes o servicios, sino sensaciones de consumo. La intensidad de estas sensaciones determina el valor de las cosas y el precio que pagamos. Buena parte de estas sensaciones buscan: la diferenciación del producto, que nos diferencien como clientes, la sensación de exclusividad o de pertenecía a una red determinada, la percepción de calidad o de disponer de un bien de última generación.
Al final compramos bienes físicos (Hard) envueltos en una sensación (Soft) y el conjunto determina el valor que pagamos. Buena parte de esta sensación se originan mediante el uso de los sistemas de información y una concepción diferentes de nuestras empresas.
El reto de la competitividad pasa por la mejora de la productividad mediante la creación de valor; y los sistemas de información y el talento son los grandes factores productivos en estos momentos. Pero, en esta dirección nos queda mucho por hacer.
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