Luego de la pandemia, se intensificaron los signos de estrés por causas laborales; cuáles son las características de este fenómeno, que es más fuerte en América Latina que en otros lugares del mundo.
Cuando una persona está sometida a factores estresantes en el trabajo,
eso impacta en todos los aspectos de su vida shutterstock – Shutterstock.
Perfil de LinkedIn: “Manager exponencial, mindset de
abundancia, apasionado por la eficiencia, speaker internacional, triple burn
out con honores”. Tal vez sea algo exagerado ponerlo en el
currículum, pero el síndrome del burn out definitivamente
se convirtió en el mal de época del mundo corporativo, con cifras que
se empinaron en la pospandemia y con empresas desorientadas para manejar un
desafío mental brumoso y cada vez más costoso.
“Como en todos los desafíos mentales, vemos un aumento
importante tras la pandemia. El burn out se presenta
cuando una persona es sometida a factores estresantes que superan su
umbral personal, y esto luego tiene repercusiones en toda su vida, no
solo en el aspecto laboral”, cuenta a LA NACION el psiquiatra Julián Bustín, de
Ineco y profesor de la Universidad Favaloro.
“Es un fenómeno global, pero en América Latina creció
más que en otros lugares del mundo”, agrega Marcos Spontón, CEO y
fundador de Yerbo, una startup que se dedica a dar soluciones
para este problema y que tiene una base de datos permanente con más de 10.000
casos. Su foco es el área de la tecnología, donde los costos del burn out son
altísimos. “En los últimos dos meses el tema explotó en Brasil, con el triple
de búsquedas asociadas a este tema que en mercados como los de Estados Unidos o
Alemania. Y cuando se ven los factores que más correlacionan con este síndrome,
advertimos que en el último puesto están la satisfacción con las compensaciones
monetarias y no monetarias (beneficios), o los recursos materiales para
desarrollar el trabajo”, dice Spontón. Esto es algo contraintuitivo: la
brecha salarial, al menos en el sector de la tecnología, pesa menos que
factores de cultura empresarial o de forma de liderazgo.
En el segmento que releva Yerbo se estima que un 47%
de los trabajadores tiene riesgo de caer en este cuadro de “quemado”. PuraMente,
una startup de meditación, tiene números todavía más altos: un 80% de los
encuestados que comienzan a meditar acusan padecer síntomas de burn
out. “La fatiga mental en los espacios de trabajo se está
incrementando”, dice Martín Becerra, CEO de PuraMente.
“Al principio, el eje era la niebla mental de Zoom, pero
ahora se mezclaron otros factores. Muchos aprovechan la oportunidad para
mejorar su bienestar general, más allá de bajar algo el estrés”, resalta. En el
blog de la aplicación, la mayor cantidad de textos subidos tiene que ver con la
temática del burn out.
“El síndrome del burn out es un fenómeno global, pero en
los países de América Latina creció más que en otros lugares”
Para Martín Reynoso, especialista en Mindfulness de
Ineco, hay un vínculo no del todo sano entre el liderazgo y el burn
out: “Algo es seguro: el mundo está liderado por personalidades
ansiosas. Políticos, empresarios, emprendedores, deportistas de alto
rendimiento y líderes de distintas áreas tienen valores mucho más elevados de
ansiedad que la media de la población”, sostiene. Y esto termina
permeando en las organizaciones.
En la pospandemia, “pareciera que es el campo
laboral en el cual se concentra la mayor cantidad de frustraciones; otras
dimensiones como la familiar, la relacional e inclusive la económica fueron más
‘antifrágiles”, marca Spontón, aludiendo al término que difundió
Nassim Talem para una “resiliencia recargada”: lo antifrágil no solo resiste en
las crisis, sino que florece en esos contextos. “En el ‘cómo/para qué/por qué’
trabajo me queda la sensación de que no solo fue la dimensión más sacudida,
sino la que genera más gritos en público”.
A mediados del siglo XlX, cientos de médicos en los Estados
Unidos discutieron el estallido de una nueva enfermedad, la
“drapetomania”, propuesta por Samuel Cartwright, quien la caracterizó
como un síndrome mental que llevaba a los esclavos a querer escaparse de las
plantaciones. Por supuesto que esto años después fue descartado, por tratarse
de seudociencia y racismo, pero el caso muestra cómo muchos desafíos (sobre
todo los mentales) dependen e interactúan con su contexto histórico.
El caso del burn out no es una excepción:
aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo tiene catalogado como uno
de los males de época en aumento, aún no figura en el DSM 5, el codex de la
psiquiatría que categoriza a las enfermedades mentales. Dos extensas notas
aparecidas en los últimos meses ponen el dedo en esta llaga problemática: una
de Sarah Todd en Quartz y otra de Jill Lepore en el New Yorker.
Ambas alertan que la figura del agotamiento extremo por estrés se convirtió en
una gran bolsa, en la que entran cuadros muy distintos, desde ataques de pánico
hasta depresiones clásicas.
El problema, señalan Todd y Lepore, es que el burn
out se posicionó como el desafío mental con un estigma menos negativo
en el campo corporativo: aquellos que se “queman” lo hicieron por
sobre-exigirse, por ser ambiciosos, por tener una personalidad de tipo A. “Es
el colapso mental que nos ganamos”, sintetiza Todd, una medalla de honor.
Cualquier persona con una crisis existencial con su trabajo, o simplemente
insatisfecho puede gritar “¡Quemado!”, como un equivalente al “¡Casa!” o
“¡Pido!” de los juegos infantiles, para permitirse frenar y cambiar de trabajo,
rubro o vida.
“El mundo está liderado por personalidades que tienen
altos niveles de ansiedad; eso termina permeando en las organizaciones”
En muchos casos, dice Lepore, el término termina
siendo una nebulosa. Y, más que una enfermedad mental, puede ser una
reacción perfectamente razonable a una cultura empresarial, a un equipo de
trabajo o a un jefe o jefa tóxicos.
El psiquiatra de Duke Allen Francis compara al burn
out con otra “enfermedad de época”, que se popularizó a fines del
siglo XlX: la “neurastenia”. Al igual que con el actual
agotamiento mental extremo, la neurastenia era una mezcla de problema y
también de cucarda: señalaba la presencia de “una mente activa, muy
competitiva y amante de la libertad”, dice Francis.
Un punto en común entre la neurastenia y el burn out:
ambas fueron y son condiciones asociadas a trabajadores y trabajadoras
de clase media y alta. Y este factor se advierte también en las
soluciones a mano para este tipo de situaciones: tomarse un sabático o
descansos largos, más equilibrio con la vida familiar, etcétera, más
difíciles de encarar para trabajos más precarios.
En una reciente entrevista, el gurú estadounidense del sueño
y neurocientífico Matthew Walker, autor de Por qué dormimos,
advierte sobre un problema parecido con la consideración social de dormir
bien: especialmente en el campo de las empresas no está mal visto decir
que uno durmió tres horas, o que lo hizo pésimo en toda la semana. Informar
que se completan las recomendadas más de siete u ocho horas de sueño sin
problemas no es algo que se difunda a viva voz.
Un perfil de LinkedIn jamás diría depresivo, bipolar, en constante
crisis existencial. Quemado por sobre
exigencia, por ahora, tampoco, aunque su estigma en el campo
corporativo es, sin duda, mucho menos negativo.
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