El historiador y escritor holandés Rutger Bregman, autor del libro "Dignos de ser humanos: Una nueva perspectiva histórica de la humanidad". Roberto Ricciuti - Getty Images
Para no tirarnos como lemmings al acantilado después del bombardeo de pálidas que llega con cada resumen de noticias que consumimos por estos días, hay algunas opciones. Una es sumergirse en la literatura no ficción de optimismo, que tiene varios exponentes con una misión en común: convencernos de que, a pesar de todas las señales distópicas, el mundo está cada vez mejor (y continuará mejorando). Para lograrlo, estos autores no apelan a voluntarismo ni a frases vacías de autoayuda, sino que se apoyan en miles de estudios científicos y estadísticas (de disciplinas que van de la economía a la psicología, pasando por la biología evolucionista, la historia, la antropología y otras) que corroboran esta hipótesis.
El más famoso de los escritores de esta lista es Steven Pinker (entrevistado en exclusiva para esta sección hace dos meses), quien en sus best sellers como En Defensa de la Ilustración (Paidós, 2018) detalla indicadores que muestran mejoras indiscutibles en variables como la calidad de vida, el conocimiento, la democracia y la felicidad. Que, según Pinker, se lograron gracias a los valores claves de la ilustración: razón, ciencia y humanismo. Doce años antes, Johan Norberg, escritor e historiador sueco, había sido un pionero en este género con Progreso: 10 razones para mirar el futuro con optimismo (Deusto, 2006).
Suecia parece ser un país propenso a ver la mitad llena del vaso: otro de los grandes autores de esta línea es el médico de Upsala Hans Rosling (fallecido en 2017), quien en Factfulness: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo y porqué las cosas están mejor de lo que pensamos describe distintos “instintos” (en economía del comportamiento serían “sesgos”) que nos engañan sobre la realidad. Entre ellos, el “instinto de la negatividad”, el de la generalización, el de la culpabilidad (mejor buscar causas que villanos, o sistemas en vez de héroes), o el del destino (tendemos a no notar los cambios graduales y sus afectos acumulativos).
Pero la estrella emergente en
el firmamento de la no ficción de optimismo es Rutger Bregman, un joven
historiador holandés y columnista de varios medios (The Guardian y BBC, entre
otros), quien en 2020, cuando comenzaba a avanzar la pandemia, publicó un libro
de enorme repercusión: Dignos de ser humanos: Una nueva perspectiva histórica
de la Humanidad (Anagrama). Si Pinker, Rosling y Norberg ponen foco en
indicadores de contexto para enfatizar la mejora, Bregman pone énfasis en
demostrar que la mayoría de las personas, al final del día, somos “buena
gente”. En promedio, bastante mejores de lo que pensamos.
Bregman ya había comenzado a desarrollar su idea en su libro anterior, Utopía para realistas (Salamandra, 2014) en el cual defendía la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y la libre circulación de migrantes por las fronteras. Para respaldar estas tres ideas el historiador se basa en una condición optimista de la naturaleza humana. “Para ser claros: esto no es un sermón sobre lo buenos que somos, obviamente no somos ángeles. Somos criaturas complejas, con lados buenos o malos. El punto es que, especialmente cuando nos golpea una crisis, tenemos una preferencia marcada por el lado bueno”, argumenta.
En materia económica, el libro apela a los estudios de Robert Frank, que muestran que la mayoría de las personas se comportan con menos egoísmo que los que predicen los modelos microeconómicos tradicionales. Y cita un famoso trabajo del economista Joseph Henrich, quien 20 años atrás recorrió 15 comunidades en los cinco continentes para concluir que las características del “Homo-Economicus” solo existen en los libros de texto. El capítulo 3 del libro habla de hecho del “ascenso del Hombre-cachorro” (“Homo-puppy”) para remarcar esta diferencia entre lobos y perros domesticados, con una presencia de altruismo mucho más elevada que lo que predicen los modelos económicos convencionales.
Bregman dedica decenas de
páginas a destrozar narrativas que amplificaron lo peor de la naturaleza
humana, como los experimentos de la prisión de Stanford o de Milgram, o como al
asesinato de Kitty Genovese, que se usa para ilustrar el “efecto transeúnte”,
por el cual la mayoría de las personas –supuestamente– no se involucran cuando
advierten que otro está pasando por una situación dramática. Y que estuvieron
repletos de falsedades: Genovese, que fue apuñalada, murió en los brazos de un
vecino que la fue a socorrer. Esto es lo mejor del libro de Bregman. Otro punto
interesante es que no es un tecno-utópico: su visión optimista sobre el futuro
de la humanidad no depende de avances tecnológicos. Al contrario, detesta a los
empresarios de Silicon Valley, que según él crean riqueza… para las empresas
del valle, a la vez que motorizan el consumo desenfrenado que acelera el cambio
climático.
La parte más débil del texto es que, como toda la literatura
de no ficción con alguna “teoría del todo”, hace una selección sesgada de los
puntos que contribuyen a su hipótesis, y aborda muchas áreas de manera
simplificada y liviana. ¿Sobreviven las visiones optimistas de Pinker, Rosling,
Norberg y Bregman a la pandemia y a Ucrania? Todo hace pensar que sí. Luego del
inicio caótico con acumulación de papel higiénico y sálvese quien pueda del
Covid, la historia de las vacunas en tiempo récord y la tecnología de ADN
mensajero es miel para los oídos de estos autores. Y los costos enormes para
Putin (en de una tendencia global indiscutible en la que cada vez hay menos
guerras), también. Por más que lo intente desmentir el zapping azaroso de la TV
de la nochecita del primer párrafo.
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