Según algunas investigaciones, si personas de similar capacidad de generación de ingresos se unen en una relación amorosa, el nivel de disparidades será mayor que si se trata de dos personas con diferente potencial; por qué existe un vínculo entre el “emparejamiento positivo” y los indicadores de la realidad de una población.
En su libro póstumo el gran investigador inglés Anthony Atkinson repasa las fuentes de desigualdad de ingresos y de riqueza en los países desarrollados. Y, aunque destina el mayor esfuerzo a estudiar el papel de los factores determinantes usuales, como los ingresos laborales, el capital, las políticas fiscales, no se olvida de un factor que a primera vista podría parecer intrascendente: las decisiones de formación de parejas. El patrón de conformación de parejas en un país puede ser un determinante significativo del grado de transmisión intergeneracional de la riqueza y un factor relevante para entender la desigualdad de ingresos.
Un ejemplo simple
ilustra el punto. Antonio y Carmen tuvieron la posibilidad de completar
estudios de posgrado, que les facilitaron el acceso a puestos altos en una
empresa; su ingreso individual mensual es de 1000 pesos. José y Dolores, en
cambio, solo terminaron la secundaria y tienen acceso a un empleo con un
ingreso mucho más bajo, digamos de 200 pesos. Si Antonio y Carmen forman
pareja, su ingreso per cápita será de 1000 pesos, asumiendo que no tienen
hijos. En la misma situación, si José y Dolores conforman un hogar, su ingreso
per cápita será de 200 pesos. La brecha de ingresos en este grupo de
cuatro personas es 5: la desigualdad es alta. Pero supongamos ahora
que estas relaciones fracasan, y al poco tiempo Antonio comienza a convivir con
Dolores, y Carmen con José. Si ninguno cambia su trabajo producto de su nueva
situación conyugal, el ingreso per cápita en ambas nuevas parejas será
el mismo: de 600 pesos: la desigualdad habrá desaparecido. Sigue
habiendo desigualdad en los salarios, pero dado el nuevo patrón de conformación
de parejas, cada persona tiene acceso al mismo ingreso familiar y, por lo
tanto, no habrá diferencias en términos del nivel de vida que pueden llevar
hoy, o de los recursos y oportunidades que les puedan ofrecer a sus hijos en el
futuro.
El ejemplo ilustra la
relevancia de las decisiones de emparejamiento conyugal. Si la
formación de parejas se da entre personas con una semejante capacidad de
generar ingresos, el nivel de desigualdad en una sociedad es más alto que bajo
otro patrón de emparejamiento.
¿Qué ocurriría si en un país se
disolvieran todas las parejas y se volvieran a conformar de manera
completamente aleatoria? Un estudio para la Argentina sugiere que en
esa situación ficticia el coeficiente de Gini de la distribución del ingreso
per cápita familiar se reduciría en 10 puntos; un cambio de magnitud
enorme que correría a la Argentina varios escalones abajo en la escalera
mundial de la desigualdad.
El “emparejamiento
positivo”, es decir, el fenómeno de conformación de parejas entre
personas socialmente parecidas, es marcado en el caso de América Latina. En la
Argentina, por ejemplo, la correlación entre los años de educación formal de
los cónyuges, un indicador sencillo de emparejamiento positivo, es alta (0,66).
Ese valor es aún más grande en sociedades más segregadas, como México (0,71),
Chile (0,73) o Bolivia (0,75). El valor más bajo se da en Uruguay (0,61). De
hecho, existe una relación estrecha entre emparejamiento y desigualdad: países
con alto emparejamiento positivo son países de alta desigualdad de ingresos. No
hay que apresurarse en sacar conclusiones de esta correlación. En parte, es el
reflejo del fenómeno que ilustramos con las dos parejas del ejemplo: el
emparejamiento positivo exacerba la desigualdad de ingresos. Pero la causalidad
puede también ser inversa: la desigualdad de ingresos genera sociedades cada
vez más segregadas, debilita las interacciones entre grupos y termina
incentivando la conformación de parejas entre personas semejantes. Dos últimos comentarios sobre este tema: uno histórico, otro
actual. Un instrumento central en la estrategia para conservar las
grandes riquezas a lo largo de la historia era casar a los primogénitos con
herederos de otras casas reales. Un sistema de herencias repartidas
por igual a todos los descendientes, sumado a un emparejamiento conyugal menos
estricto terminaría en pocas generaciones diluyendo las fortunas y con ellas,
el poder. Las noblezas de todas las épocas siempre han tenido muy en
claro ese efecto y muchas siguieron protocolos rigurosos para
evitarlo.
Ahora, el ejemplo moderno. En parte, el
emparejamiento positivo es el resultado de que personas con semejante nivel
socioeconómico frecuentan los mismos lugares físicos –escuelas, universidades,
clubes–, donde tienen oportunidad de interactuar y conocerse. Pero,
¿Qué ocurriría si los encuentros se dieran en un ámbito más democrático en el
que todos tuvieran oportunidades de entrar? Recientes estudios
referidos a citas online sugieren un fenómeno semejante en los encuentros
facilitados por internet. Es más, algunos resultados indican que el
emparejamiento positivo es aún mayor que sin la ayuda tecnológica. El
crecimiento de las bases de datos de los sitios de citas online y el
perfeccionamiento de los algoritmos de matching ayudan a encontrar con más
eficiencia lo que en general la gente busca para formar pareja: alguien con
gustos y preferencias parecidos, con experiencias y motivaciones semejantes:
típicamente alguien del mismo estrato social.
En un reciente trabajo, los autores André Chiappori, Bernard Salanié y
Yoram Weiss muestran evidencia de dos fenómenos: un aumento en el grado
de emparejamiento positivo y un incremento en el tiempo y el esfuerzo que los
padres de alto nivel educativo dedican a sus hijos. Por
supuesto, ninguno de estos fenómenos es malo per se, pero los
autores comparten una preocupación: si las personas con altos niveles
de capital humano se juntan entre ellas e invierten mucho en el capital humano
de sus hijos, la brecha entre estos niños y aquellos nacidos en familias menos
educadas se ampliará. Pero esto no acaba acá: la nueva situación de
mayores brechas es el escenario propicio para mayores divergencias en los
patrones de emparejamiento y de inversión en educación en la próxima
generación: una espiral de desigualdades.
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