Cuatro personas vivieron la experiencia de la misión Axiom, que las llevó a la Estación Espacial Internacional Nasa
La novela La anomalía (Seix Barral), que ganó el prestigioso Premio Concourt en Francia, cuenta la historia de un avión que llega dos veces a Nueva York, con la misma gente, pero con meses de diferencia. Su autor, el matemático y novelista Hervé Le Tellier, recorre en su libro el devenir de distintos personajes (duplicados) a partir de este suceso inexplicable.
¿Qué pudo haber pasado? Las hipótesis posibles
llegarán de una discusión entre los mejores científicos del planeta:
matemáticos, físicos, filósofos y de otras disciplinas. En la búsqueda de antecedentes
aparece el ataque a las Torres Gemelas en 2001, que demostró cómo el
sistema no está preparado para cubrir riesgos extremos: bastante antes
de ambos impactos, en Nueva York se sabía que los aviones habían sido
secuestrados por terroristas, pero nadie se animaba a dar la orden que hubiera
salvado miles de vidas (derribarlos), entre funcionarios que se iban pasando la
pelota. Con posterioridad se diseñaron cientos de protocolos para casos
inimaginables, que incluyen hasta un encuentro con una nave
extraterrestre.
El astronauta estadounidense Robert “Bob” Springer está acostumbrado a pensar sobre lo extremadamente improbable. Fue dos veces tripulante en misiones del transbordador Atlantis, en 1989 y en 1990, en los proyectos que sucedieron a la explosión del Challenger en 1986, considerada la mayor tragedia de la historia de la carrera espacial. El programa se congeló por más de 30 meses hasta que se concluyó, cuenta Springer, que, más allá de los problemas técnicos, hubo fallas de la cultura de toma de decisiones: gente que veía riesgos en la previa pero que no se animaba a levantar la mano.
Springer, de 80 años ahora, conversó con LA NACION en el marco de la Experiencia Set NASA, una visita de una semana de 25 empresarios al Centro Espacial Kennedy de Cabo Cañaveral, que incluyó entrenamiento de astronautas, un simulacro de misión a Marte y ver el despegue en vivo de un cohete tripulado, además de la charla con el jefe de ingeniería del Atlantis.
Cuando habla del Challenger, Springer no
puede evitar que se le llenen los ojos de lágrimas: el piloto de
aquella nave, Michael Smith, una de las siete víctimas de la explosión que
ocurrió a 73 segundos del despegue, fue su compañero en las escuelas de
entrenamiento, y sus familias eran muy cercanas.
Luego de ese evento, Springer y su equipo tuvieron que hacer cientos de modificaciones en el proyecto. Dedicaron muchas horas a componer una matriz de riesgos, con un eje de probabilidad y otro de impacto asociado, y consideraron nuevos protocolos para lo inimaginable. “Ahora está muy de moda hablar de ‘cambios’, pero debe haber pocos cambios comparables a los que experimentamos los astronautas: en un instante estás quieto y ocho minutos después viajás a 25 veces la velocidad del sonido.
Una vuelta completa a la Tierra cada hora y media. Eso es un cambio”, cuenta el exastronauta. En esos ocho minutos de transición no tuvo miedo: estaba, como los deportistas de alto rendimiento, en “la zona”, esa instancia donde el foco se vuelve extremo, uno entra en estado de flujo y atención plena y todo parece transcurrir en cámara lenta.
Había más
de 400 indicadores para monitorear en la cabina principal: nada de tiempo para
distracciones. Por las noches, cuando sus compañeros dormían unas pocas horas
(en bolsas de dormir atadas a las paredes, para no moverse suspendidos en el
aire), Springer optaba por mirar despierto el maravilloso espectáculo a
través de las ventanas de la nave: la autora boreal como nadie la puede ver
desde la Tierra o la nube de contaminación que muestra la fragilidad extrema
del planeta ante la potencia del sol. “Eran misiones de solo cinco días,
ya iba a tener tiempo de dormir a la vuelta”, cuenta a LA NACION.
Además de los vuelos del Atlantis y de su experiencia como
piloto en Vietnam, Springer trabajó varios años en el sector privado, en la
empresa Boeing. Afirma ahora que el mundo de los negocios tiene muchas
veces una aproximación muy naíf a la incertidumbre. “Se subestima el tiempo de
entrenamiento, que es lo que permite reaccionar a tiempo. En las empresas se
piensa que entrenar es ver aburrido unos power points”, dice.
Muchas de las posibilidades
que se abren con las nuevas tecnologías, para la NASA son moneda corriente
desde hace décadas. ¿La Web3 va a permitir la colaboración a gran escala?
El programa Apolo involucró el trabajo en equipo de más de 400.000 personas:
eso es colaboración. Y cuando no existía blockchain ni nada
parecido.
Springer remarca el costo de los “silos” en las empresas, por lo cual en la NASA ponen mucho énfasis en la comunicación clara: el contacto entre la nave y el centro de operaciones está mediado por una sola persona, que tiene que ser un astronauta (para que se hable “el mismo idioma”), además de saber sí o sí inglés y ruso.
En la creciente complejidad (tanto de las
misiones espaciales como del campo de los negocios) se volvió indispensable la
figura de un “líder integrador”. “Siempre fue algo importante, ahora diría que
ya es una cuestión de vida o muerte”, especifica el extripulante del Atlantis.
De a poco, mundos
que parecían muy distantes (el de la carrera espacial y el de los negocios) se
empiezan a acercar, explica Springer, en buena medida por la llegada
en la última década de jugadores del sector privado. Ir al espacio se
convirtió en un negocio muy redituable, que incluye desde el
(proyectado) minado de asteroides, hasta el turismo espacial, pasando por la
investigación de biotecnología en condiciones no replicables en la Tierra, para
descubrir nuevos medicamentos y materiales.
En el Centro Kennedy se pasa por los hangares de Blue Origin (de Bezos), Boeing y SpaceX (de Musk) antes de llegar al Jardín de los Cohetes de la NASA, donde dimos las capacitaciones en la experiencia que organizamos junto con Jonatan Loidi, Julián González y Fernando Cánepa, en la primera asociación de la NASA para un proyecto de Latinoamérica de este tipo.
El último día, el despegue de la misión Axiom (que se vive en Cabo Cañaveral como si fuera un clásico de fútbol, con miles de visitantes que llegan disfrazados o con remeras alusivas) llevó, por primera vez en la historia, a cuatro civiles que pagaron para llegar a la Estación Espacial Internacional. SpaceX fue parte de la iniciativa: las remeras y el merchandising de la empresa de Musk en la tienda de regalos cuestan el doble que las de la NASA, Boeing o Blue Origin.
En un mundo donde las
palabras “inimaginable” o “impredecible” nunca se usaron tanto para describir
la realidad, los 243 pasajeros de La anomalía (novela que
terminé de leer en el vuelo de regreso, definitivamente no el mejor lugar para
hacerlo) los tripulantes de las misiones espaciales saben mejor que
nadie lo que es vivir en el extremo de la matriz de riesgos improbables.
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