Jean Calment falleció en 1997 a los 122 años y 164 días. Fuente: LA NACION - Crédito: archivo
La idea no es nueva: ya en un estudio académico de 1957 del
ecólogo George Williams se mencionaba la "hipótesis de las abuelas",
pero en los últimos años el concepto ganó volumen con modelos matemáticos
evolutivos realizados por el equipo que lidera la antropóloga Kristen Hawkes en
la Universidad de Utah. La hipótesis coloca en un lugar central, a la hora de
explicar la longevidad de los humanos y el tamaño de nuestro cerebro, a
heroínas impensadas: las abuelas.
Durante cientos de miles de años, su trabajo subsidió la
posibilidad de que sus hijas pudieran tener a su vez una mayor cantidad de
hijos en intervalos cortos de tiempo. A mayor cantidad de descendientes, más
copias de sus genes en las siguientes generaciones. La "hipótesis de las
abuelas" pone también en el centro de la escena a la menopausia: en el
mundo de los mamíferos, solo dos tipos de ballenas tienen menopausia, y casi
todas las especies -todos los primates por ejemplo- sobreviven muy poco tiempo
a la edad reproductiva.
Con el camino pavimentado hacia una vida de más años y un
cerebro más grande, la "hipótesis de las abuelas" se ubicó en un
lugar bisagra en la evolución del homo-sapiens. La novedad es que ya no serán
necesarios cientos de miles o millones de años (hay indicios de que la menopausia
existía hace 1,8 millones de años, en estadios evolutivos anteriores al de los
humanos actuales): toda una generación de científicos y empresas están atacando
el envejecimiento por nuevos caminos promisorios. La categoría de
"age-tech" (tecnología etaria) es una de la más exitosa y vertiginosa
a nivel de valuaciones en la nueva economía.
Solo en América Latina, según la Cepal, en el último medio
siglo la población ganó 17 años de promedio de vida adicional y, actualmente,
se estima que hay 92 millones de personas de entre 55 y 75 años en la región
(un 14% de la población), de las cuales unas 35 millones son económicamente
activas en el ámbito urbano. En la Argentina se estima que hay siete millones
de 60 años y más, y es el segmento de la población que más rápido aumenta.
Y aunque los titulares más impactantes en este campo son del
estilo de "la persona que va a vivir 800 años (como el maestro Yoda, de
Star Wars) ya nació", lo cierto es que aún estamos lejos de poder superar
en forma masiva el récord de Jean Calment, la francesa que falleció en 1997 a
la edad de 122 años y 164 días. Calment, que residía en la ciudad de Arles,
superó a los otros 329 "supercentenarios" (personas de más de 110
años) indiscutiblemente verificados. Son casos muy raros: solo un 2% de las
personas que superan los 100 años llegan a los 110. Lo relevante a nivel
económico es contar con millones de personas de 80-90 años o más, que tienen
capacidades físicas y cognitivas equivalentes a las que hace pocos años se
daban para una edad menor. Ese es el verdadero impacto disruptivo, para un
mercado senior estimado entre los 20 y los 30 billones (millones de millones)
de dólares al año a nivel planetario.
Casi todas las empresas emergentes que atacan el
envejecimiento -hay al menos 25 startups en este terreno- trabajan sobre los
hombros de los descubrimientos que hicieron a principios del milenio el biólogo
molecular Jan Van Deursen en la Clínica Mayo. Van Deursen logró atacar con
herramientas de ingeniería genética en ratones a las células senescentes,
responsables del envejecimiento.
Como si se tratara de una leyenda mítica, en el ámbito de
bioemprendedores se conoce a los roedores originales de Van Deursen como
"los ratones que hicieron zarpar mil barcos". Desde entonces, hay
todo un trabajo de branding para promover estas nuevas drogas: senolíticos,
senobloqueadores, senosupresores, senomoduladores, etcétera.
La más conocida de estas empresas es Unity Biotechnology,
una de las primeras que picaron en punta con la estrategia de destruir células
senescentes para mitigar los desafíos del envejecimiento. Tuvo en sus inicios
inversores de la talla de Jeff Bezos y de Peter Thiel, y llegó a lograr una
valuación de mercado de 700 millones de dólares.
Pero no todo el crecimiento es lineal en este rubro: las
acciones de Unity se desplomaron un 60% cuando las pruebas en la FDA dieron
mal. Un tercio del personal fue despedido y su remedio experimental UBX101, el
primer senolítico en entrar en pruebas clínicas, fue abandonado. Otras empresas
del campo age-tech se apuraron a decir que el fracaso de Unity no invalidaba
todos los proyectos con senolíticos. Hay otras iniciativas que vienen muy bien,
incluso en América Latina, como es el caso de la brasileña OneSkin, que lanzó
un suplemento "seneto terapéutico" que posibilita extender la piel a
nivel molecular.
"Tuvieron muy buena aceptación entre inversores y su
producto se vendió completo, es un caso muy interesante", dice a la nacion
Facundo Garretón, emprendedor e inversor que sigue de cerca el segmento de negocios
emergentes para la categoría senior.
En OneSkin lanzaron su suplemento en octubre, y la compañía
afirma que puede reducir hasta un 40% la proporción de células senescentes. Un
proyecto que, en terminología de Nassim Taleb, "se juega la piel". En
este caso, literalmente.
"La novedad más reciente e impactante que tuvimos fue
publicada en Science, sobre investigadores que restauraron la visión perdida en
ratones, ofreciendo pistas para revertir el envejecimiento", sigue
Garretón.
Los científicos reprogramaron las neuronas que impactan en
la vista de los ratones para hacerlas más resistentes al daño y para que fueran
capaces de volver a crecer luego de una lesión. El estudio sugiere que las
características del envejecimiento, y posiblemente las claves para revertirlo,
se encuentran en el epigenoma, las proteínas y otros compuestos vinculados al
ADN, e influyen en los genes que se activan o desactivan. En la investigación
participaron científicos de la Universidad de Dresden y de Harvard.
Una de las disrupciones estrella en biotecnología en 2020
fue el "base editing" (y el subsiguiente prime editing), comentados
en esta sección a mitad del año pasado, un paso posterior y más preciso que la
herramienta de edición génica CRISPR. Hace dos semanas se anunció que se logró
mediante esta técnica curar en un grupo de 64 ratones la progeria, una
enfermedad que se caracteriza por el envejecimiento acelerado y que ataca a uno
de cada 7 millones de seres humanos.
La hipótesis del robot
El sitio Thegerontechnologyst.com es un buen espacio para
seguir de cerca novedades en ciencia y negocios de la economía senior.
Su directora es la gerontóloga Keren Etkin, quien también
está detrás de varios proyectos para el mundo senior, que involucran
inteligencia artificial y robótica.
La conversación en este terreno es bien amplia. Abarca desde
los estudios antropológicos de “la hipótesis de las abuelas”, comentados en los
primeros párrafos de esta nota, hasta la reciente discusión ética que se dio
por el boom de robots sociales y de cuidado de personas en edad avanzada que se
disparó con la pandemia.
En Japón, Estados Unidos, Dinamarca e Italia hasta hay
programas estatales para facilitar robots a personas adultas. Los autómatas
interactúan socialmente, recuerdan tomar los remedios o ayudan con movimientos
y baño, entre otras funciones. Y, al contrario que sus pares humanos, no
contagian Covid, ni se frustran ni se cansan.
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