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Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

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lunes, octubre 03, 2022

El exceso de control manifiesta un gran descontrol

La desconfianza que genera el intervencionismo provoca el verdadero círculo vicioso en el que se encuentra hace tiempo la Argentina.

 

La economía no se puede controlar. Pixabay

Cuenta la historia que un paciente recibe una mala noticia de parte de su dentista:

- Tendré que extraerle la muela.

- ¿Por qué?, pregunta el paciente, haciéndose el ingenuo.

- Porque si no lo hago, en un año le va a doler mucho.

- Ahhh, entonces tengo un año. ¿Sabe qué?, vuelvo cuando me duela.

Así estamos, esperando que nos duela mucho.

Convengamos que al menos los argentinos somos menos racionales de lo que creemos: sumábamos los números del boleto del colectivo para saber si tendríamos un día de suerte; arrojamos monedas a fuentes para que se cumplan nuestros deseos; somos capaces de pagar el triple con tal de conseguir paquetes de figuritas rápido; hacemos largas caminatas para conseguir trabajo; buscamos tréboles de cuatro hojas; nunca pasamos por debajo de una escalera y hasta elegimos para que gestionen nuestro dinero a dirigentes implicados en casos de corrupción y sin muchos antecedentes laborales.

Es por eso que no es extraño que las crisis económicas y sociales nos reflejen tal como somos: predecibles. Somos capaces de tropezar dos (o más) veces con la misma piedra y raramente lo reconocemos, porque además somos testarudos. Nos importa más tener razón en un debate, que buscar el éxito junto al otro.

Sin embargo, hay muchos que creen que la economía es algo susceptible de ser controlado y que, de hecho, todo lo que nos pasa está planificado o dirigido por empresarios, medios de comunicación o un grupo de iluminados asociados al poder de turno.

Esta creencia en las conspiraciones la utilizamos como excusa para no asumir nuestras culpas por la situación actual, entonces en lugar de buscar soluciones solo buscamos explicaciones y, como se dice habitualmente, “si uno asume la responsabilidad de sus errores puede solucionarlos, pero si uno busca excusas cada vez que falla, nunca lo hará.”

Cuando se regula en exceso, se genera más desconfianza, provocando una caída en las inversiones. Sin ellas, es imposible generar crecimiento.

La economía no se puede controlar. Ya lo intentaron Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel Castro y Chávez, y fracasaron a pesar de tener un poder casi absoluto. Más bien, por el contrario, lo que nos enseña la historia es que nadie puede hacerlo: ni las personas ni las instituciones más poderosas.

En la década del 80, casi todos los países del mundo eran gobernados por dictaduras, ya sea de derecha o de izquierda, pero casi todos cayeron por falta de resultados, provocando que no solo nuestro presidente de pronunciadas patillas lograse privatizar las empresas públicas a principios de los años 90. Ya en 1989 cayó el muro de Berlín y en diciembre de 1991 el Soviet Supremo de la Unión Soviética reconoció la extinción de la unión y la disolvió. Hacia finales de ese año, todas las instituciones soviéticas oficiales habían cesado sus actividades y las repúblicas asumieron el papel del gobierno central, dando lugar al nacimiento de nuevas democracias capitalistas.

Los ciudadanos se cansaron de las malas gestiones públicas, de esperar para tener un teléfono, de no tener ni luz ni agua y las comunicaciones empezaron a demostrar globalmente que había sociedades que funcionaban con una mejor calidad de vida. Casi todos los países, incluso los de la ex Unión Soviética, terminaron privatizando sus empresas de comunicaciones.

Ciclo global

Tampoco fuimos nosotros, fue un ciclo global que, a finales de los años 2000, cansados de una economía pujante, pero muy desigual, fue reventando burbujas, como la del sudeste asiático, la rusa o la de Brasil, hasta que nos pasó a nosotros en 2001. Sociedades que gastaban más de lo que producían.

En ese ciclo la mayoría de los ciudadanos del mundo optó por un Estado presente que regulase y arbitrase las desigualdades, fue el crecimiento sin inclusión el que generó esa necesidad de cambio y nosotros llegamos tardíamente a ese ciclo global. Surgió el dogma del “Estado presente”.

Pero lo excesivamente regulado trae siempre malos resultados. Aprendimos que, en el corto plazo, pueden poner precios máximos en el supermercado, a las tasas de interés o al valor del dólar, pero se elimina la competencia, dejando solo en pie al que puede soportarlo, al más fuerte. El supermercado se nutre de proveedores. El banco usa dinero de los ahorristas. Por eso, al que están castigando y postergando es al productor o al proveedor, o al ahorrista, o sea, a la clase media. Desalientan a producir o ahorrar más y sin ellos no hay crédito; sin crédito, solo crece el que ya tiene dinero, aumentando la desigualdad y, con ello, desaparece la movilidad social.

Es imposible, a mi gusto, generar un clima de inversión próspero sin tener en cuenta a los protagonistas de la producción, siempre sometiéndolos a millones de disposiciones burocráticas, mientras los que apuestan a la informalidad sacan ventaja. Se produce ahora una desigualdad jurídica. Finalmente no somos todos iguales ante la ley y eso representa un gran fracaso del desarrollo de las libertades individuales.

La economía no se puede controlar. Ya lo intentaron Stalin, Hitler, Mussolini, Fidel y Chávez, y fracasaron pese a tener un poder casi absoluto.

Cuantas más aclaraciones y parches necesita una regulación, más oscura luce; y cuando se regula en exceso, más desconfianza se genera, provocando una caída en las inversiones. Sin ellas, es imposible generar crecimiento, trabajo, consumo y rentabilidad para generar ahorros.

¿Por qué tiene que ser tan difícil interpretar a qué tipo de cambio puede acceder un ciudadano para reponer sus insumos o simplemente sus gustos? Cuando un empresario se ve obligado a leer antes el Boletín Oficial del día que sus reportes de evolución internos es que estamos en problemas. La desconfianza que genera el intervencionismo provoca el verdadero círculo vicioso en el que se encuentra hace tiempo nuestra querida Argentina.

Adaptando una frase de José Ingenieros, déjenme decirles que el emprendedor o empresario pyme quiere ascender hasta donde sus propias alas puedan elevarlo, mientras que el vanidoso regulador cree encontrarse ya en la cumbre del conocimiento como para imponer su saber a los demás.

El problema en la Argentina es cultural. Parece que por mucho tiempo alentamos modelos de negocios con más burócratas intervencionistas que con emprendedores dispuestos a arriesgar tiempo o capital.

El futuro

¿Podrá venir un ciclo algo más virtuoso en nuestro país? Para mí sí, aunque debo reconocer que uno tiende a confundir lo que quiere que pase con lo que puede pasar.

Me alienta creer que estamos en un fin de ciclo de esta forma de ver la economía. Por fin, entendimos que la riqueza no se obtiene del suelo, sino de quien invierte en él y del valor agregado que genera la inversión en conocimiento aplicado.

Por suerte, creo que por fin empezamos a cuestionar eso de un Estado presente cuando no es capaz siquiera de garantizarnos educación, salud y seguridad acorde a lo que pagamos por él. Por eso creo que el próximo ciclo volverá a ser uno donde la actividad privada vuelva a ser la protagonista.

Y éste es mi punto. Lo que estoy escribiendo me parece tan obvio que parece que, esta vez, si hoy plebiscitaran un plan económico, elegiríamos uno más acorde con el desarrollo privado, respetando las libertades individuales y de transparencia a la hora de la toma de decisiones.

La crisis no beneficia a nadie y, cuanto mejor nos va a todos, más consumimos y, por tanto, más ganan las empresas. Pensar que quieran quedarse sin consumidores es absurdo ¿Cómo les va a interesar una crisis financiera que impida que nos endeudemos para gastar?

Creo que es claramente contradictorio asignar a la economía un comportamiento racional tal como para ser posible que alguien la maneje a su voluntad. Solo respetando las libertades individuales vamos a dignificar el ímpetu emprendedor de cada uno de nosotros.

Ante este dolor de muela, ahora sí llegó la hora de ir al dentista.

Claudio Zuchovicki

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