Carlos III llegó al lugar que hoy
ocupa a sus 73 años
Si es cierto que la “comedia es igual a tragedia más
tiempo”, como dicen los humoristas, en la era de las redes sociales ese
lapso se acorta al mínimo. Con el fallecimiento de la reina Isabel de
Inglaterra, los memes y chistes aparecieron casi de inmediato. Uno de los
mensajes sarcásticos celebraba como un triunfo de la inclusión etaria al hecho
de que el Príncipe Carlos haya podido, por fin, conseguir trabajo a los 73
años. Algo que en los mercados laborales no suele verse muy seguido.
En total, en ese período se crearon en la mayor economía del
mundo 49 millones de puestos de trabajo “amigables con la edad”. El
vaso medio vacío en las conclusiones de los tres economistas es que muchos de
estos trabajos no fueron tomados por personas adultas. Se trata de una temática
de interés creciente, destaca el estudio, dado que “había 65 millones de
personas mayores de 50 años en Estados Unidos en 1990, hay 118 millones en la
actualidad, y se espera que haya 155 millones en 2050″.
En cualquier categoría de empleo que se considere, se
está incrementando el promedio de edad. Los CEO de las compañías
listadas en Fortune 500 y en S&P 500 tenían en 2005, en promedio, 46 años.
Ahora, la media es de 55 años. Desde 2001, la edad de los actores protagónicos
en películas de Hollywood se incrementó, en promedio, de 38 a 50 años.
En 2022, por primera vez, hay más personas mayores de 45
años en el mercado laboral estadounidense que menores de 45. Esto tiene que ver
con el peso demográfico de los Baby Boomers, que comenzaron a
pasar los 50 años en 1996, que están en buenas condiciones físicas y cognitivas
y que demoran más en retirarse. Algunos analistas, como Paul Millerd, ven el
lado negativo de esta tendencia y hablan del “bloqueo de los Boomers”, por el
cual personas más jóvenes no pueden acceder a cargos de mayor liderazgo hasta
una edad muy avanzada (y si no, pregúntele al Príncipe Carlos).
Si se trata de mercados laborales senior, el país
que “adelanta la película” es, sin duda, Japón. Un mes atrás se
celebró con un feriado en ese país el “Día de Respeto a la Ancianidad”. Y
el gobierno aprovechó para informar un número récord de 36,3 millones de
personas con más de 65 años, lo que representa casi un tercio de la población.
El segundo puesto, aunque está bastante más abajo en proporción (25%) es para
Italia.
La mitad de los japoneses de entre 65 y 69 años trabajan, y
hay políticas oficiales de fomento para las empresas que ofrezcan a sus
empleados continuar con los puestos cuando los interesados lo soliciten.
Discusiones tabú
“América latina es el continente que más envejece”, sostuvo
días atrás el representante del BID en la Argentina, Agustín Aguerre. Fue
durante la presentación del informe Envejecer en América latina y el Caribe, en
el cual se construyó un índice de calidad de vida para las personas de más de
65 años que tuvo en cuenta la salud y la probabilidad de mantenerse fuera de la
pobreza.
Pablo Ibarrarán, uno de los autores del estudio, remarcó que
en las últimas dos décadas en la región hubo una mejora marcada en este
sentido. Mientras que en el año 2000 una persona de 65 años podía
esperar, en promedio, vivir 7,1 años más con buena salud y fuera de la pobreza,
este lapso creció un 40%, hasta 9,7 años en la actualidad. La
Argentina está entre los países mejor rankeados, y las mujeres tienen mejores
perspectivas que los hombres, aunque la calidad de los servicios de salud es
baja.
En el debate posterior a la presentación del informe se
coincidió en que “la discusión tabú” de flexibilización de la edad jubilatoria,
para quienes lo soliciten y conserven derechos, va a darse más temprano que
tarde en toda la región.
“Un cuarto de las personas que nacen en este siglo van a
llegar a los 100 años y, en general, se les pide que se retiren a una
edad en la que muchos de ellos siguen siendo muy productivos para la sociedad.
Los que investigamos en gerociencia nos preguntamos qué hacer con la gente que
vive 30 o 40 años después de que se retira”, cuenta a LA NACION José Ricardo
Jáuregui, el primer médico argentino en ser presidente de la Asociación
Internacional de Gerontología y Geriatría. Jáuregui es también profesor de la
Universidad de Buenos Aires y director médico del centro de adultos We Care.
Las edades jubilatorias y el derecho a un retiro comenzaron
a discutirse en la Alemania de Bismarck, a mediados del siglo XlX. “Hoy, en
muchas profesiones, a las mujeres, que son más longevas que los varones, se les
exige jubilarse a los 60 años, tal vez con un tercio o más de posibilidades de
vida activa por delante”, marca Jáuregui.
El especialista destaca que el “viejismo” es una
caja negra de prejuicios por la cual no queremos prestarle atención ni
discutir nada que no sea de nuestro agrado. Así como en los colegios se enseña
Educación Sexual, debería haber módulos para informar sobre las nuevas
configuraciones de ciclos de vida y no perpetuar prejuicios. No hablar de “los
abuelos”, por ejemplo, cuando hay un 30% de mayores de 60 años que no tienen
nietos.
Y esto lleva a un sinfín de indicadores absurdos en
materia de mercados laborales. Por ejemplo, en Brasil, el país que más
rápido envejece en el mundo, hay solo 2000 gerontólogos contra 38.000
pediatras. En la Argentina no hay más de 500 médicos especializados en personas
adultas. En demografía se considera que un país ya entró en su madurez etaria
cuando la gente de más de 60 años supera a la de menos de 14, algo que ya
sucedió en Japón, en la mayoría de las naciones europeas y ocurrirá en América
Latina en la década que viene.
Se trata, en términos históricos, de un problema
completamente nuevo. En los países no desarrollados la expectativa de
vida luego de la Segunda Guerra Mundial era de 51 años. En muchos lugares del
mundo este indicador se duplicó desde entonces gracias a los antibióticos, las
vacunas y los estilos de vida más saludables. Se trata de un mapa de ruta nunca
antes experimentado. Como dice Martin Sorrell para otras avenidas de cambio, estamos
arreglando el motor de un avión en pleno vuelo, o escribiendo una obra de
teatro mientras la pieza transcurre en el escenario.
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