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domingo, marzo 27, 2022

Sexo, basura en órbita y geopolítica: la nueva agenda de la economía espacial

Los sectores económicos que están explotando van desde la producción de distintos alimentos fuera de la Tierra hasta la minería de asteroides

Las colisiones ya están ocurriendo y son crecientemente parte de los guiones de series y películas sobre el espacio (en Gravedad, estrenada en 2013 y protagonizada por Sandra Bullock, hay escenas muy buenas al respecto).  Archivo

Yuri, un cosmonauta ruso, entra flotando al escenario y se suma a una canción con el cómico estadounidense Adam Sandler en su especial 100% Fresh. El tema habla de cómo la falta de gravedad facilita posiciones en su relación homosexual durante su viaje interestelar. ¿Su título? “Estación 69″.

Hasta hace poco tiempo, “sexo” y “espacio” eran dos avenidas que casi no se cruzaban. Si lo hacían, era en tono de comedia, como en el especial de Sandler. Tanto la NASA como las agencias espaciales de otros países y las propias empresas privadas del sector (SpaceX, BlueOrigin) se limitaban al “sin comentarios” cuando se los consultaba por esta temática.

Pero esto está empezando a cambiar con la perspectiva de misiones tripuladas largas, como los viajes a Marte, que se empiezan a planificar para la década que viene y que demandarán a los astronautas estar fuera de la Tierra por más de dos años. “Son las relaciones humanas las que determinarán si tendremos éxito como especie multiplanetaria”, planteó un documento de investigadores canadienses, publicado el año pasado y titulado “Sexología Espacial: el estudio científico sobre intimidad y sexualidad extraterrestre”.

Los autores aseguran que, a pesar de que hay cientos de estudios sobre cómo la falta de gravedad influye en distintas variables fisiológicas, hubo contadísimos esfuerzos en los últimos 30 años por abordar la agenda del sexo en el espacio. En 1992, el tema explotó en los medios luego de que dos astronautas se enamoraran en secreto durante un entrenamiento y lo comunicaran cuando ya era demasiado tarde para cancelar la misión. Valeri Poliakov, el cosmonauta ruso que pasó 437 días en el espacio en los 90, llevaba un diario íntimo en el que contaba que los psicólogos de su país le aconsejaban llevar una muñeca sexual y películas triple X en la nave, pero él prefirió no seguir las recomendaciones.

El tema se coló en la agenda espacial 2022 poco antes de que otro eje irrumpiera con fuerza y de manera completamente inesperada. La semana pasada, en esta columna, el economista Walter Sosa Escudero contó cómo en el especial de pronósticos de The Economist de fines de 2021 no aparece la palabra “Ucrania”. El cisne negro impactó de lleno en los planes espaciales, por la gran cantidad de programas de colaboración entre las agencias de Rusia, EE.UU. y Europa que se están empezando a cancelar.

En su anuncio de las sanciones a Rusia luego de la invasión, el presidente Joe Biden fue taxativo: “Estimamos que (con las sanciones) se cortarán más de la mitad de las importaciones de Rusia de alta tecnología y esto golpeará en su habilidad para modernizar su aparato militar; y degradará su industria aeroespacial, incluyendo el programa espacial”.

Cortar los programas de colaboración espacial con Rusia para occidente es posible gracias a la multiplicación de empresas privadas en la última década, que redujeron la dependencia que había previamente de Rusia para poner astronautas en órbita. Previo a la llegada de una misión tripulada a la Luna en 1969, la entonces Unión Soviética estaba a la vanguardia en esta competencia: fue el primer país en poner un aparato en órbita, en enviar al espacio astronautas hombres y mujeres y hasta en mandar al espacio animales, con la perra Laika.

Tal es la tradición de excelencia de este programa que un chiste común en ese país, que aparece en el libro Abundancia Roja, del escritor inglés Francis Spufford, cuenta que en abril de 1961 suena el teléfono en el departamento familiar de Yuri Gagarin, el primer hombre que viajó al espacio. Atiende su hija: “No, mamá y papá no están en casa –dice–. Papá está orbitando alrededor del planeta y volverá a las diez. Mamá se fue a comprar leche y huevos a la mañana, así que nadie sabe a qué hora regresará a casa”.

Límite de Kessler

“Los estudios sobre economía espacial están viviendo una edad dorada por la cantidad de temas nuevos que hay”, cuenta ahora a LA NACION el economista Andrés López, director de la carrera de Economía de la UBA, quien viene siguiendo esta agenda de cerca y que el último miércoles publicó un trabajo actualizado con Paulo Pascuini para el IIEP titulado “Tendencias sobre la economía espacial”.

Los sectores económicos que están explotando en los últimos meses van desde la producción de distintos alimentos en el espacio hasta la minería de asteroides. Pero “el” tema de las últimas semanas, para López, es el del desafío de la basura espacial.

“Se estima que actualmente hay el doble de basura en el espacio, generada desde la Tierra, que en 2004. Tenemos unos 15.000 objetos en la órbita baja, contra 9000 que había en 2010″, precisa el economista de la UBA. La multiplicación de residuos hace que estemos más cerca del denominado “síndrome” o límite de Kessler, planteado en 1978 por el científico de la NASA Donald Kessler, quien especuló con que a medida que se suman objetos alrededor de la Tierra las colisiones se harán cada vez más frecuentes, con lo cual se corre el riesgo de que la capa más cercana del espacio quede inutilizada si no se toman medidas al respecto.

“No somos conscientes de lo mucho que nuestra vida diaria depende de servicios que se realizan desde el espacio, como el uso de GPS, transacciones financieras o monitoreo de clima. Nuestra vida en la Tierra está tan conectada al espacio que basta una pequeña pieza de residuo para dañar o destruir estas capacidades que son críticas”, comentó el mes pasado el empresario Steve Wozniak, el legendario fundador de Apple, en la presentación de su nueva compañía de software para planificar y controlar la proliferación de basura espacial, “Privateer”.

Las colisiones ya están ocurriendo y son crecientemente parte de los guiones de series y películas sobre el espacio (en Gravedad, estrenada en 2013 y protagonizada por Sandra Bullock, hay escenas muy buenas al respecto). Los proyectos en distintos países para mitigarlas van desde la extensión de la vida útil de los aparatos o la recarga espacial de baterías y combustible hasta una iniciativa de “redes y arpones” de la Unión Europea.

“Hay varias compañías argentinas con buenas iniciativas en este ámbito”, dice López, y ejemplifica con Epic Aerospace, una startup local (con operaciones en Buenos Aires y San Francisco) que se dedica a construir remolcadores espaciales para satélites.

Hay cada vez más economistas trabajando en este desafío, porque se trata de un típico caso de “tragedia de los comunes”: como no es un problema de nadie, lo es de todos. Y la solución de finanzas públicas pasa por cobrar alguna tasa que “internalice” de alguna forma este costo y disminuya la probabilidad de choques. No vaya a ser que este riesgo arruine las perspectivas del sexo en el espacio.

Sebastián Campanario


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