Siempre se ha dicho que la innovación es ante todo una
actitud antes que una aptitud. Los más escépticos se mueven en la ambigüedad de
afirmar que ambas cosas siempre deben estar presentes, pero es indudable que la
actitud prima sobre cualquier otra cosa. Y la prueba definitiva se encuentra en
nuestro cerebro que, sí o sí, se mueve ante todo por emociones, al menos
primariamente.
Cuando nos encontramos ante una situación problemática,
nuestra primera reacción no es analizar, identificar, reflexionar o, menos aún,
resolver. Muy al contrario, nuestra primera reacción es esencialmente
emocional, algo así como “me gusta, no me gusta” y, en base a ello
continuaremos adelante activando nuestras habilidades o bien recularemos
presentando excusas tales como “es imposible”, “esto no me corresponde”, “yo no
tengo la culpa” o “no es el momento”.
Cuesta admitir nuestra esencia emocional como reacción
primaria, pero es irrefutable y sobre todo explica otro hecho universal: unos
pueden y otros no.
“Unos pueden” es una forma de aludir al talento de las
personas para enfrentar problemas y resolverlos de forma creativa desembocando
en un acto innovador. Pero aquellos que “pueden” no concentran su talento
exclusivamente en sus habilidades y capacidades operativas. Por el contrario
son personas que presentan unos perfiles emocionales potentes y equilibrados.
Cierto que ambos componentes son imprescindibles, pero hay un hecho
incuestionable: primero la gallina y más tarde el huevo. Personas con altas
competencias operativas pueden llegar a neutralizarse ante una oportunidad de
cambio por una cuestión de “me gusta, no me gusta”, “puedo o no puedo”.
Nos molesta admitir que, en primera instancia, somos como
niños caprichosos que hoy dicen no y mañana dicen sí. Pero la cuestión no es
"ser como niños", sino pensar que "hemos sido niños" y
hemos llegado hasta donde hemos llegado aprendiendo a desarrollar nuestras
habilidades y competencias, identificando aquello en lo que realmente podemos
ser buenos, centrándonos en ello y persistiendo en desarrollar nuestro talento
individual e intransferible. Y todo ello, gracias a nuestra actitud que nos
permite seguir adelante cada día.
Traducir todo esto al mundo real, supone constatar que un
gran número de organizaciones que
persiguen incorporar la innovación a su ADN se centran en la búsqueda de
talento en términos de capacidades operativas olvidando algo tan primario como
la voluntad, la persistencia, la resiliencia, la permeabilidad, la gestión de
la incertidumbre y, en definitiva la actitud.
Quizás la actitud explique los grandes casos históricos de
innovación: el fuego, la rueda, la escritura…
En otras palabras, somos lo que somos gracias a nuestra
actitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario