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lunes, febrero 15, 2021

Pobreza y pandemia: cómo funciona el círculo vicioso de la "trampa cognitiva"

 

Fuente: LA NACION

La pandemia revivió el drama de la pobreza en el mundo. De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial, como consecuencia del virus el planeta habrá sumado alrededor de 100 millones de nuevos pobres durante el fatídico 2020. La esperanza es que estas familias retornen rápidamente a sus empleos, pero si esto no ocurre su condición puede tornarse estructural.

Varias investigaciones caracterizan a la pobreza como una trampa, pues todo lo que la rodea funciona para hacerla perdurar. Ha sido bien documentado que cuando el sostén del hogar queda sin empleo se producen situaciones traumáticas, conflictos familiares y daños psicológicos. Y por supuesto, costos económicos. Tras un recorte de ingresos, los pobres pueden ser dados de baja de los servicios públicos por falta de pago, lo que significa mayores costos para vivir, elevados pagos de reconexión y una deuda con intereses punitorios. En la pobreza, además, el margen de error es escaso. Una familia con ingresos holgados puede incurrir en un gasto frívolo que luego corrige, y aquí no ha pasado nada. Pero el pobre no puede darse ese lujo.

Estos aprietos afectan de lleno la capacidad de los pobres de salir de su infierno económico. Así, la imagen de que con esfuerzo y creatividad personal la situación se puede revertir es ciertamente dudosa. Desde luego, no hay nada de malo en que los pobres intenten valerse por sí mismos, pero normalmente las condiciones que rodean a las familias en esta condición no les permiten escapar tan fácilmente.

Los contextos de pobreza están plagados de malas decisiones. La gente en condiciones de escasez es más impulsiva, tiene un peor desempeño en la escuela y sus elecciones financieras suelen ser equivocadas. ¿Puede haber una relación entre malas decisiones y pobreza? La respuesta es sí, pero lo más probable es que la causalidad no vaya de las malas decisiones a la pobreza, sino de la pobreza a las malas decisiones.

Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir son dos profesores de Princeton especialistas en economía de la conducta (el cruce entre economía y psicología), y la aplican a tópicos poco comunes, entre ellos, a la pobreza. Estos economistas escribieron en 2013 un libro llamado Escasez: por qué tener tan poco significa tanto, donde presentan numerosos estudios que destacan la relación entre falta de recursos y capacidad cognitiva.

Su hipótesis, conocida hace rato por los psicólogos, es que nuestra capacidad de atención tiene un límite físico. Cuando la mente se satura con un tema, el resto de nuestras capacidades sufren, y como una computadora con muchos programas funcionando a la vez, el cerebro empieza a trabajar más lentamente. Ser pobre significa tener que prestar atención permanente a las decisiones más acuciantes, lo que implica un mayor uso de la carga cognitiva. En un entorno de pobreza, las familias suelen saturar sus pensamientos con una idea predominante: llevar comida todos los días a sus hijos. Y esta "obsesión" condiciona su capacidad para resolver en otros ámbitos.

Los autores insisten en que esta limitación no es particular de los pobres. Los estudios señalan que la escasez cognitiva afecta las capacidades mentales de cualquier persona. De hecho, un individuo educado que cae en la pobreza tiene las mismas chances de equivocarse que un pobre de toda la vida. En un estudio directo de este efecto, individuos sometidos a una fuerte carga cognitiva, en este caso una dieta estricta, tendían a gastar demasiado, y mal. Una mente ocupada decide peor que una mente libre de presiones.

A principios de los 60, el psicólogo Stanley Milgram realizó un experimento donde se le solicitaba a varios sujetos que administraran cargas eléctricas crecientes a un individuo que debía aprender "por las buenas o por las malas". Todo era un teatro: el destinatario de las descargas era otro experimentador y no recibía corriente eléctrica alguna, aunque lo simulaba muy bien. Mientras tanto, un supuesto científico daba órdenes enfáticas a los sujetos de aumentar la corriente, y varios terminaron aplicando cargas letales.

Diez años después, Philip Zimbardo reclutó voluntarios para desempeñar los roles de guardias y prisioneros en una prisión ficticia. Este particular juego del "poliladron" pronto se fue de las manos debido a la violencia de los carceleros con los reclusos, y debió cancelarse tras apenas una semana. Estos polémicos experimentos, disponibles en sendos documentales de Netflix, ilustran dramáticamente que los juicios están moldeados irremediablemente por el entorno, que dificulta el despliegue de la racionalidad. Ninguno de los sujetos era pobre, pero sus decisiones en medio de la exigencia resultaron trágicas.

Aunque parezca secundario, uno de los caminos para sortear la pobreza generacional es el ahorro, pues permite invertir en la educación de los hijos. El ahorro también es fundamental si la familia está al límite de sus necesidades, porque un evento adverso puede llevarla a la indigencia. Pero ahorrar, como sabemos todos, es difícil. Como explica el Nobel Richard Thaler, plata en mano es plata que se gasta, y plata en el banco es plata que se guarda, de modo que depositar parte del ingreso ayuda a cuidarlo.

Como estos grupos no tienen acceso al crédito, están obligados a acumular si quieren acceder a comprar bienes durables. Cuando la opción bancaria no existe, los pobres suelen "apostar a la lotería", buscando ganar sumas intermedias que les permitan acceder a un electrodoméstico. Kaushik Basu, ex-economista jefe del Banco Mundial, explica el fenómeno de las ROSCAs, populares en la India. Se trata de acuerdos entre varias familias que aportan a un fondo común, cuyo "pozo" se gana mes a mes por sorteo o licitación. Esto permite contar con una suma suficiente para adquirir, por ejemplo, una heladera.

El ahorro también evita endeudarse en condiciones adversas. Como decíamos, la necesidad de los pobres de resguardar a toda costa su único "capital", que son sus hijos, omite todo cálculo de sostenibilidad financiera. Los prestamistas marginales entienden bien esta psicología, y por eso prestan a los pobres a tasas usurarias. Si el crédito no se devuelve, se corre el riesgo del embargo de los pocos activos que tienen, o incluso alguna amenaza a la integridad física del deudor o de integrantes de su familia.

Las escasas alternativas de ahorro de los pobres convencieron a varios economistas de la importancia de incorporarlos al sistema financiero. No se trata de recomendarles que compren bitcoins o apuesten a GameStop, sino de promover una mínima disciplina de ahorro. A los ojos de una persona financieramente frágil, incluso un banco es una institución extraña, confusa y especulativa. Los costos fijos de acceso a una cuenta de ahorros a menudo son elevados y sus requerimientos no son fáciles de cumplir. En la Argentina, incluso cuando los ingresos formales se depositan obligatoriamente, buena parte es retirada completamente casi de inmediato. Esto es consecuencia, en parte, de la inflación y de los costos de ir al cajero automático, pero también de una cultura de la desconfianza, sumada al hecho de que los bancos no suelen pagar interés por esos saldos.

El ahorro se suele sindicar como la base de la fortuna, pero tal como se presenta en la práctica, es más bien la consecuencia de la fortuna. Para que sea lo primero, hay que ayudar a decidir a aquellos que no tienen la fortuna de contar con un entorno favorable.

Pablo Mira

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