lunes, enero 21, 2013

Esta crisis durará una década

Es uno de los máximos expertos sobre globalización y también uno de los más polémicos desde que, en contra de la opinión común, empezó hace años a cuestionar este fenómeno. En el mundo académico se ha convertido en el gran antagonista del periodista Thomas L. Friedman, que en un libro de éxito sostenía que ante el auge de los intercambios internacionales, “el mundo es plano”. Pues bien, para Pankaj Ghemawat, de 52 años y origen indio, el más joven profesor de la historia de Harvard y ahora académico en la escuela empresarial IESE, el mundo está lleno de colinas, montañas, barreras y sigue fragmentado, fraccionado y aislado. Todo, menos plano. Todo menos globalizado. Lo explica muy bien en su libro El mundo 3.0, en el que dibuja los retos económicos y sociales de las próximas décadas. Algunos datos que avalan su tesis: las exportaciones, símbolo del planeta globalizado, apenas representan un 20% de la riqueza que se produce en todo el mundo; sólo el 20% del tráfico de internet tiene lugar entre distintos países; el 90% de las inversiones en el mundo todavía tienen lugar en el mercado doméstico; en minutos, el porcentaje de conversaciones telefónicas internacionales sobre el total sólo es del 2%. Y así se podría continuar durante páginas y páginas. Junto a su colega en el IESE Bruno Cassiman, Ghemawat ha estudiado por qué las empresas españolas encajan mal en esta nueva ecuación, y no descarta que Grecia o España se vean obligadas a salir del euro. Si las compañías quieren sobrevivir –sostiene–, sólo hay un camino: mejorar la productividad.

Esta crisis parece no acabarse nunca. ¿Por qué?
Era previsible, mirando los datos económicos, que el crecimiento de los años anteriores iba a menguar. Lo que estamos viviendo tiene todas las características de un tipo de crisis de largo alcance, de estas que duran un periodo prolongado. No es un problema de capear la tormenta uno o dos años. Estamos hablando de una década. Me recuerda un poco lo que la gente ya solía decir en los años 30 en el siglo pasado: “Tranquilos, la economía se va a recuperar”. Y luego hubo una depresión. En la actualidad, hay una cierta similitud con aquel entonces, no tanto en lo que se refiere a las condiciones financieras, que son diferentes, cuanto a los tiempos de actuación y de respuesta política. Igual que hace un siglo, los gobernantes sólo están pendientes del calendario electoral, lo que impide la toma de las decisiones que vayan en la decisión correcta.

¿Cuál es la mayor debilidad económica que padece España?
No es algo de ahora. Hay que remontarse a los años 90. Si usted mira la evolución de los datos, se generó, en los años del boom, un espectacular aumento del empleo, pero un descenso de la productividad. España se encontró así en una situación muy mala cuando estalló la crisis. Por eso, se necesitará tiempo para que el país salga adelante. No es sólo un problema de políticas macroeconómicas, sino de qué es lo que pueden hacer las empresas españolas para remontar el vuelo.

Pero las grandes firmas españolas siguen siendo muy apreciadas y encabezan muchos rankings…
Recuerdo todavía cuando Zapatero convocó en la Moncloa a las 37 mayores empresas españolas. Hay un dato curioso: según mis investigaciones, estas empresas no representan nada más que el 5% de todos los empleos en España. Es un poco optimista arreglar la economía de un país con estas bases... Y si se mira los puestos de trabajo que estas grandes compañías han creado en los últimos años, pues se descubrirá que los empleos se generaron esencialmente en el exterior, o sea, fuera del país. En España, Francia o Italia ha habido un excesivo interés por parte de los políticos en ocuparse únicamente de las grandes empresas, cuando está demostrado que estas últimas, a diferencia de las más pequeñas, suelen estar en mejores condiciones y presentan mejores datos de productividad. Son las pequeñas empresas las que tienen que hacer los deberes. 

¿Está diciendo que si las pymes se hacen más grandes se soluciona el problema?
El gran reto para las pymes es pasar de un tamaño muy pequeño a un tamaño mediano. A partir de 2.500 empleados, el esfuerzo para crecer no es tan grande. Yo creo que hay un tejido de empresas pequeñas con baja productividad que es excesivo. Y sí, existe una correlación interesante en este sentido entre tamaño y productividad. Cuanto mayor es el primero, también suele ser mayor la eficiencia.

¿Para lograr esto hay que expandirse al exterior?
Es una de las claves. España se sitúa muy por debajo en cuanto a relaciones comerciales con el resto del mundo. En algunos sectores, como el turismo, las cosas parecen ir un poco mejor. Pero es un caso aislado. El país ha registrado un déficit comercial durante muchos años: las importaciones se han disparado, y las exportaciones se han reducido, lo que ha obligado a poner en marcha las actuales políticas de austeridad. Nosotros hemos detectado en nuestros estudios que en realidad, en estos momentos, tanto las importaciones como las exportaciones han perdido fuerza. Y el peso de España en el comercio internacional sigue siendo muy escaso.

Ponga un ejemplo de lo que no hay que hacer.
Pensemos en un sector de éxito en España, como el vino. España es el segundo exportador en el mundo. Pero si usted mira el volumen de ventas, comprobará que la mitad de lo que se vende es vino de garrafa, un cuarto son botellas sin denominación de origen y sólo el cuarto restante es el que tiene denominación de origen, vino de calidad premium. El precio de venta medio por litro del vino español es un euro y 36 céntimos, cuando hace diez años era de un euro y 74 céntimos. Significa que España no está apostando por la calidad y que va en la dirección equivocada. Los productores dicen que si no hay demanda en el interior, entonces no les queda más remedio que vender en el extranjero el excedente malo… Pero es un desastre. ¡Internacionalizar no es esto! Porque España no sólo no puede competir con Francia, sino que ahora también hay competidores de bajo coste que son muy agresivos. Por ejemplo, Chile o Sudáfrica. Y es impensable creer que los pequeños productores españoles puedan enfrentarse a los gigantes australianos.

Ahora cite un caso de una empresa o de un sector que, en cambio, ha hecho lo correcto.
Siempre en los vinos, Matarromera sigue políticas interesantes: invierte el 30% de sus ingresos en investigación y desarrollo y comercializa vino sin alcohol para los países musulmanes. La bodega García Carrion, que vende vino en tetrapack, hizo una apuesta por la logística muy sensata, al impulsar su presencia internacional, 300 puntos de venta por el mundo que le garantizan abastecimiento constante en el mercado. Lamentablemente, estamos hablando de excepciones. Existe la idea de que la culpa es del Gobierno y de las autoridades. Pero los ejecutivos de las empresas españolas, salvo algunos casos, tienen su parte de responsabilidad.

¿España no cuenta con buenos gestores?
En general, en España hay buenos ejecutivos que podrían introducir cambios de estrategia, y no creo tampoco que aquí falte talento. Pero, seamos sinceros, muchos de los directivos en los últimos años han destacado esencialmente por su capacidad de especular, en la construcción, por ejemplo, sin preocuparse de llevar a cabo operaciones de mayor calado o de valor añadido. Todos los países, en general, tienen dificultad para encajar la oferta y la demanda en el mercado laboral. Pero España lo hace especialmente mal.

¿Por qué?
No es que la gente no esté formada. Pero hacer coincidir demanda y oferta de empleo es difícil aquí. Por poner un ejemplo, el nivel de movilidad es muy restringido. En EE.UU. la gente se mueve cada dos años, mientras que aquí la gente se quiere quedar cerca de su familia. En la agenda política del país, hay mucha discusión sobre cómo regular el mercado laboral, el mercado de capitales, pero nadie habla del reto de mejorar la productividad, que es la manera más eficiente de combinar trabajo con capital. Estuve hace poco en Dinamarca, donde sólo hay un paro del 7%. Ahí se considera que la productividad es una prioridad nacional, han hecho una comisión para discutir el problema. En cambio, aquí el tema está completamente ausente del debate.

¿Cuál es la receta que seguir?
La productividad aumentó en España sólo entre 1990 y 1994 y entre el 2008 y el 2011, y a un ritmo inferior a los países del norte de Europa. Fue una etapa en la que esencialmente las empresas españolas reducían plantillas. Pero ajustar costes es sólo una parte de la estrategia. Parece que las empresas españolas sólo saben hacer una cosa a la vez: o se expanden, con más capital, más empleados y más producción, o bien despiden a alguien. La clave sería poder hacer las dos cosas a la vez para incrementar la productividad, es decir, generar riqueza y al mismo tiempo crear empleo. Ya no se trata de que las compañías españolas se conviertan en las nuevas Apple o Google, bastaría con que algunas firmas consiguieran alcanzar el nivel promedio de su sector de pertenencia y pasasen a ser un poco más eficientes. Ya sé, no es algo sexy, pero es lo que hay. Si las firmas no tienen recursos y ya han reducido costes, podrían sacar provecho de la tecnología actualmente disponible. Si no se hace en estos momentos que hay crisis, francamente, no sé cuándo los empresarios piensan hacerlo.

¿Puede ser un poco más concreto?
Hay una compañía interesante que he estudiado, Celsa, en el sector del acero. Su sector es maduro. Pero han accedido a la mejor tecnología alrededor del mundo. Se han ido hasta Japón a buscarla. Incluso en un periodo en el que las cosas iban bien, no tuvieron reparo en invertir en mejoras tecnológicas, cuando en apariencia no hacía ni falta. Gracias a esto su productividad mejoró. Al contar son una amplia presencia internacional, consiguieron aumentar de forma sensible las toneladas de acero producidas por cada trabajador. También puedo citar el caso de Nissan, que ha cambiado su sistema de producción automovilístico para convertirlo en just in time (en tiempo real).

Pero hay empresas españolas que ya tienen una presencia internacional relevante. Por ejemplo, en América Latina.
La realidad es que los niveles de integración internacional de España son bastante limitados aún. Incluso lo que en teoría es un punto de fuerza de la economía española, como el idioma, está poco aprovechado. Me menciona el caso de América Latina. Pues bien, el comercio de este continente con España, en relación con toda la riqueza que produce, es similar al peso
que tiene esta región en la economía mundial. ¿Qué quiere decir? Que España no destaca en absoluto como socio comercial privilegiado de Sudamérica. Normalmente, los vínculos de las excolonias consolidan las relaciones comerciales, por sus vínculos culturales, etcétera. Pero en este caso no ocurre. El problema es que España tiene poca presencia en las partes del mundo que están creciendo más. El flujo de las relaciones comerciales de las empresas españolas en Asia o Oriente medio debería ser mucho más intenso. Todos los empresarios me hablan de que quieren ir a India o China. Bien. No se debe a una falta de aspiraciones o de ambiciones. Pero la realidad es que el peso comercial de España en estas zonas... ¡disminuye! Si los empresarios creen que van a hacer negocio sólo porque hay millones de chinos o de indios, entonces vamos mal.

¿España tiene un problema de imagen?
La reputación de un país cambia más rápido que la misma realidad. Se mueve demasiado, oscila. Y las disfunciones económicas no se explican sólo con un problema de imagen. Además, es Europa como tal la que tiene un problema de marca. Desde fuera, los inversores en estos momentos piensan: “¿Cómo es posible que estos países no hayan sido capaces de ponerse de acuerdo para solucionar sus asuntos?”. Dicho eso, España presenta algunos activos en términos de imagen indudables. Por ejemplo, considere el fútbol. La selección española o el Barcelona. Son unas marcas formidables.

Usted sostiene que el mundo no está tan globalizado como parece. Asumiendo que esto sea realmente así, ¿esto es una suerte o una desgracia?
La globalización es positiva en general. El problema es que la gente exagera cuando dice que estamos globalizados. Si usted pregunta a los franceses qué porcentaje de su población es inmigrante, contestan que el 25%. Pero la realidad es que los extranjeros apenas son el 7%. O consideremos otro asunto, como el cambio climático. Existe la convicción de que gran parte del porcentaje de emisión de gases de efecto invernadero se debe al transporte aéreo internacional. A la pregunta, la gente contesta que los viajes intercontinentales causan el 25% de los gases, pero la realidad es que la contaminación de los aviones sólo influye en un 2% sobre el total. Si incluimos el tráfico nacional, como mucho se llega al 3%. No digo que no haya un problema de calentamiento global. Pero de ahí a pensar que reduciremos el problema del CO2 cerrando o reduciendo el tráfico aéreo y que la culpa la tiene la globalización… Espere, le doy más ejemplos de esta divergencia entre la percepción y la realidad.

Adelante.
La empresa Tesco decidió hace un tiempo dejar de comprar rosas en Kenia, decidió que lo haría en Holanda para reducir la contaminación debido al transporte. Pues bien, no se dio cuenta de que en Holanda las rosas crecen en invernaderos… ¡que también contaminan! Más casos: si usted pregunta a los estadounidenses qué porcentaje de la riqueza del país dedica a la ayuda exterior, la gente contesta que el 30%, cuando es apenas del 1%. Los norteamericanos creen que su país está muy volcado en el exterior, pero no es así. En Estados Unidos, la suma de las exportaciones y de las importaciones alcanza el 28% de la riqueza nacional. Pero en Alemania es del 82%. ¡La economía americana es muy cerrada! Hablar de globalización, cuando la primera economía del mundo no está globalizada…

Desde varios sectores se insta a regular más la economía para frenar los excesos del mercado salvaje. ¿Está de acuerdo?
Los flujos de capital son diferentes de los flujos de personas, lo que exige cierta regulación, sobre todo a muy corto plazo, ya que se pueden dar desequilibrios. Para mí, es sensato asumir que los mercados por sí solos sean razonables y que se autorregulen, pero reconozco que sería por lo menos imprudente dejar los destinos financieros de un país en manos del mercado, con lo que un mínimo de intervención sí sería necesaria. Se puede regular ciertas cosas, pero no tiene sentido hacerlo sólo en una ciudad como Nueva York. Hay que hacerlo a escala global.

Si no se está tan globalizado, ¿cuáles son los obstáculos que impiden una mayor integración entre los distintos países?
Depende del sector. Por ejemplo, en una industria cementera, la distancia geográfica sí que representa un obstáculo; en cambio, en la cultural es mínima, ya que es un producto universal y conocido por todos. Hablando de barreras, una significativa es la del transporte: dentro de la Unión Europea sigue siendo significativamente más caro desplazarse que en Estados Unidos. Una vez, en una conferencia en Minnesota, Jean-Claude Trichet (expresidente del Banco Central Europeo) dijo que “la Unión Europea es como Estados Unidos., salvo en la unión fiscal”. Yo me pregunto: ¿en qué clase de Europa vive este señor?

Usted nació en India, trabajó en Estados Unidos y ahora es profesor del IESE en Barcelona. ¿Las nuevas generaciones tendrán que acostumbrarse a moverse por el mundo?
He vivido en cinco países e hice un estudio sobre el tiempo transcurrido en cada uno de ellos y la cantidad de gente que he conocido durante ese tiempo en India, España, Estados Unidos, Reino Unido, Francia. He llegado a la conclusión de que estos países representan el 72% de mis contactos. Me di cuenta de que en Sudeste Asiático estoy un poco flojo. Y he decidido intensificar mis relaciones allí. Hay que pensar que el mundo todavía hay mucho que explorar.

¿Tendrán las personas en el futuro problemas de identidad?
La identidad múltiple a veces crea confusión, pero se puede manejar. Las nuevas generaciones ya están acostumbradas a mezclar raíces. Yo, por ejemplo, en el fútbol, sigo al Barcelona de cerca. Pero también soy de los Indiana Patriots en el fútbol americano. Y créame, es difícil seguirlos desde aquí, ¡a veces no me queda más remedio que ver partidos por internet en baja definición!

Pankaj Ghemawat. Profesor de Estrategia Global del IESE. Ha sido el académico más joven de la historia de Harvard Xavier Cervera.

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