La editorial Conecta nos ha traído a España una joya
del management, de los recursos humanos, de cómo el poder mal gestionado de una
persona no logra más que crear entornos reactivos a la creatividad, al trabajo
bien hecho y, por tanto, al desarrollo profesional y empresarial. “Buen Jefe,
Mal Jefe” es una lectura obligada para cualquier profesional que se precie, porque todos
podemos ser, en algún sentido, jefes.
Para el profesor de la Standford
Engineering School, Robert I. Sutton, el jefe es “una figura de autoridad
que tiene contacto directo o frecuente con sus subordinados y es el responsable
de evaluar su trabajo”. Y es por ello que hay muchos más jefes en una
organización de los que pensamos. Hay responsables de proyectos, de la
sucursal de banco, de la gasolinera de la esquina… Por lo tanto, es un libro
que permite comprender el funcionamiento de un arma de destrucción
masiva de las relaciones humanas: tener cierto poder sobre otras personas hace
que tiendas a sacar por defecto una especie de estúpido que llevamos dentro y
que acaba mermando de forma muy seria a las organizaciones y su capacidad para
progresar, además de empeorar nuestro bienestar personal.
Querido lector, piense en la siguiente
escena. Una sala llena de creativos, de egos, de gente que ha demostrado muchas
cosas, pero que se siente en ese momento impresionado y expectante. Acaba de
llegar un jefe top, una estrella, con una reputación innegable y un pasado que
asusta. ¿Cómo te sentirías? Seguro que, al menos, por mucho ego que tengas, no
serías capaz de controlar esa cierta intranquilidad, esos miedos, esa prudencia
para no meter la pata. En esa sala, entra ese jefe, su objetivo es crear una
película de animación que rompa moldes técnicos, creativos y que marque un
antes y un después. La presión “en la olla” aumenta, se espera mucho de ti. En
esa sala el “jefe” y te dice:
“Como animadores, todos tenemos
diferentes puntos fuertes y débiles, pero si sumamos nuestra fortaleza, nos
convertiremos en el mejor equipo animador de la Tierra. Así que quiero que
expresen sus opiniones y abandonen sus miedos. Veremos las escenas delante del
equipo. Todo el mundo será humillado y animado a la vez. Si hay una solución,
quiero que todos la oigan, de forma que todo el mundo la incorpore a su
arsenal. Voy a probar algo que creo que mejorará una escena, pero si ven que no
es así, no duden en discrepar. No conozco todas las respuestas”
Vuelve a leer las palabras. Motivan e
incentivan a discrepar, a ser humilde -lo que haces la primera vez no tiene que
ser, ni será, perfecto- y a centrarse en sacar lo mejor de ti para sumar y
crear algo grande. ¿Interesante, no? Esta escena fue real, son las palabras de
Brad Bird, el director de Pixar, cuando estaban creando Los Increíbles y Steve Jobs lo contrató diciéndole algo así como “Adelante,
vuélvanos locos, sorpréndanos”, y él lo primero que pidió fue:“darme a
las ovejas negras, a los artistas que se sientan frustrados, a los que hacen
las cosas de otra manera, a quienes nadie escucha y les han dado la patada”.
Eran esas ovejas negras a quién se dirigía en aquella sala.
Ahora piensa en otra escena, que igual
le resulta familiar. Una sala repleta de personas esperando al jefe, éste les
cita a las 11:00, pero son más de las 11:15, no llega. Llama, que se retrasa,
que sigan esperando. Al llegar, empieza la reunión, que se alarga, y alarga. Es
un monólogo. Nadie le discute, ni contradice. Nadie piensa las horas acumuladas
por la pseudo importancia de ese jefe, un imbécil para Robert Sutton, que
fomenta la ineficiencia y la desmotivación. Un jefe fiel al principio tan
extendido de que lo importante es cumplir órdenes y hacer tu trabajo,
aquello para lo que te pagan. Al fin y al cabo, eres un profesional con un
horario establecido, fichas, conoces tus obligaciones y se te evalúan; sin
huecos en tu horario -¡ay de ti si los hubiera!- te dicen incluso cómo tienes
que firmar cuando escribes un correo electrónico, cuándo tomar el café y cómo
tienen que ser todos los protocolos para cumplir con “la gestión eficiente”.
En estos casos, a los “estupijefes” -me
encanta la palabra- les gusta la jerarquía, establecer quién es quién,
fijar el poder que ejerce y sobre quiénes, el cómo se tienen que comportar sus
subordinados con ellos. A muchos les gusta generar tensión, mostrar
y ostentar que tienen el poder y que deciden hasta el punto de poder anular a
sus subordinados.
Otros son más sigilosos, preguntan a su
equipo antes de tomar una decisión, pero saben la respuesta -invariable- antes
de preguntar. Luego están los del “me trata usted de señor o de don”, que marcan
su territorio como si tuviesen una especie de ADN distinto a los demás, que
se hacen tratar como un pequeño rey... de la estupidez. Controlan su
tiempo y el de los demás, y el reconocimiento y la motivación son dos
condimentos que no están en su ensalada de la estupidez.
Sin embargo, y el libro lo constata con
una abundante literatura científica, que hay un porcentaje muy notable de
personas en el mundo que “odia a su jefe” y que sufre en su empleo, el cual le
causa enfermedades. Los malos jefes destruyen la salud de personas que tienen a
su cargo, algo más extendido de lo que parece.
De hecho te reto a que pienses en la
siguiente pregunta: ¿Podrías decir en menos de dos minutos una docena
de jefes -en el sentido amplio de jefe comentado-, que conozcas o te hayan
hablado que son unos imbéciles, engreídos y que hacen la vida imposible a la
gente? Me temo que responderás la pregunta con suma facilidad. Si es
así, el libro de Robert Sutton te ayudará a comprender muy bien cómo
detectarlos y cómo evitar que tú, si te conviertes en jefe, te vuelvas como
ellos.
El problema de fondo y generalizado de
los malos jefes es que generan un gran desapego de los
trabajadores por su empleo. Matan la creatividad y los incentivos para
ser productivos. Y esto, en el siglo XXI, donde todos somos
“trabajadores del conocimiento”, puede tener consecuencias muy severas.
El mundo de Henry Ford, al que se le
atribuye la frase “¿por qué cuando pido un par de manos me vienen con
un cerebro incluido?”, ¡se ha acabado! La gran revolución
actual, en palabras de Gary Hamel, “es cómo hacen el trabajo los jefes” para
atraer el talento de las personas hacia las organizaciones y que se apasionen
por su trabajo, porque aportan valor, ideas y crean parte de algo grande. Los
buenos jefes trabajan de forma incansable para crear organizaciones
inteligentes:
... porque son capaces de acallar
el estúpido que todos llevamos dentro,
... porque escuchan,
... actúan con firmeza pero con
flexibilidad, aportando caminos constructivos,
... incentivan la tenacidad y
el trabajo bien hecho,
... saben planificar lo
complejo para convertirlo en una carrera de fondo de varias etapas
donde completar cada una de ellas es una pequeña victoria, que reporta energía
y vitalidad al equipo, y con ello “reducen incansablemente el esfuerzo
emocional y cognitivo que se precisa para convertir el conocimiento en acción”.
... porque dan espacio al fracaso, a la
crítica, buscan el equilibrio entre la competencia y la colaboración interna,
... porque el mérito no es cuestión de
uno, y sabe valorar el trabajo, tanto dentro como fuera de la
organización
... y porque por muy jefe, muy listo y
mucho poder que tenga, sabe que “influir en las acciones de los demás
es imposible a menos que logre traducir su brillantez en medidas que los seres
humanos puedan comprender y aplicar”.
¿Quiere marcar la diferencia, ser más
productivo, quiere rodearse de personas valiosas que trabajen más allá de los
límites legales y protocolarios establecidos, quiere que transmitan ilusión
cada vez que hablen de su proyecto? Te recomiendo, jefe o potencial jefe que
lees este artículo, que rompas el espejo del estúpido que tienes ahí
escondido y que se alimenta de poder. Robert Sutton te puede decir
cómo hacerlo.