El autoengaño es la mejor forma de embaucar al prójimo; cuanto más inconscientes seamos de nuestras mentiras, más efectiva serán para el resto
En 1934, Ponzi salió de la cárcel, pero en vez de la libertad, le esperaba un proceso de deportación / BETTMANN
Corrían los dorados años 20 en la ciudad de Boston y
la calle exhibía un espectáculo poco común. La gente se agolpaba, indignada,
protestando contra la detención de su líder. Los poderes hegemónicos del Estado
y del sistema financiero se llevaban arrestado a quien había osado desafiar el
agio y la especulación, y había defendido, en cambio, los ahorros de la gente
común. Los gritos y los llantos recrudecían y hasta los niños habían salido a
la calle para defender a este paladín del pueblo.
No, no estamos hablando de un dirigente político de masas,
ni de un héroe de guerra, ni de una figura revolucionaria. El reo no
era otro que Charles Ponzi, quizás el mayor estafador de la historia. Ponzi
diseñó, casi sin proponérselo, el negocio piramidal que hizo famoso su
apellido. Las versiones del fraude son variadas, pero la original prometía
rentabilidades fabulosas para los inversores, basadas en un dudoso negocio de
compraventa de estampillas. Las estampillas resultaron poco lucrativas, pero a
Ponzi se le ocurrió pagar igual una ganancia espectacular a los inversores
iniciales, lo que atrajo nuevos clientes, cuyos fondos servían para seguir
remunerando a los que entraron primero.
No hace falta ser un Nobel de Economía para inferir que,
pronto, esta pirámide de financiamiento se derrumba como un castillo de
naipes; y así lo interpretó la justicia, que mandó a la policía a
tomar cartas en el asunto. Pero la estafa no había explotado del todo y la
mayoría de los seguidores de Ponzi lo siguió respaldando. Es que este
triunfador de las finanzas, a diferencia de los egoístas banqueros de la época,
compartía sus beneficios con el pueblo trabajador. El espejismo provocado por
Ponzi duró bastante más de lo imaginado y fabricó un sueño que obturó por un
buen tiempo el raciocinio público.
La historia trae a colación la pregunta de por qué
somos tan sensibles a estas narrativas, que, tras un golpe de
realidad, desencantan el alma y el bolsillo. Una posibilidad es que “siempre
hay gente ingenua”, pero esta hipótesis se topa contra la evidencia de que los
supuestos chorlitos son demasiados y de que, como afirma Mirtha Legrand, siempre
se renuevan. Los engañados por Ponzi, por otra parte, se sentían verdaderos
socios del negocio y estaban muy lejos de ser marginales sin criterio.
Según Shankar Vedantam, esta complicidad no es la excepción,
sino la regla del comportamiento humano. En su libro Useful Delusions (Engaños
útiles), el autor explica que estos artistas de la estafa venden un
servicio muy particular. Por un lado, el producto de Ponzi provee un
grupo de pertenencia y la posibilidad de reivindicar con un “justo retorno” el
esfuerzo personal. Pero, para Vedantam, la prestación más importante es
la esperanza de un futuro mejor. La racionalidad y la lógica que
llevan a la verdad, señala Vedantam, son incapaces de brindar estos beneficios.
De modo que Ponzi finalmente tuvo éxito porque, sin saberlo, en lugar
de un negocio terminó vendiendo una ilusión.
El origen del autoengaño
¿De dónde proviene esta extraña “capacidad” de
autoengañarnos? La doctora Cortney Warren describe en su libro Lies We
Tell Ourselves (Mentiras que nos contamos a nosotros mismos) la
psicología del autoengaño. Todo comienza con pequeñas inexactitudes
diarias respecto de cuánto comimos, qué estatura tenemos o cuál fue
nuestro aporte en el último partido de fútbol con amigos. No se trata de
afirmaciones basadas en hechos, explica, sino en nuestras aspiraciones: lo que
hubiéramos querido comer, medir o jugar. El término “cripto-amnesia” refiere a
las ideas que estamos seguro de haber tenido, pero que, en realidad, son de
otra persona. Alguna vez las escuchamos, las incorporamos inconscientemente y
luego juraríamos que son nuestras.
Las autojustificaciones trepan hasta los más importantes
aspectos de la vida, como nuestra elección profesional o la pareja que
¿supimos? conseguir. También nos autoengañamos cuando aclaramos que fumar hace
mal, pero relaja; y que cuando una relación se acaba la culpa la tienen los
dos. Warren insiste en que debemos ser más honestos con nosotros
mismos, pero… ¿es esto posible?
Damos paso ahora a un personaje curioso: Robert Trivers.
Formó parte del partido de las Panteras Negras, que luchaba contra el racismo y
la violencia policial en los difíciles años 70. Prologó el libro principal de
Richard Dawkins, El Gen Egoísta, y, según algunos, es “el
Einstein de la biología evolutiva”.
Una de sus teorías recientes refiere al fraude en la
naturaleza y su tesis es que el autoengaño es la mejor forma de engañar
al prójimo. Cuanto más inconscientes seamos de nuestras mentiras, señala, más
efectivas será para el resto. En una charla TED realizada en Jamaica,
Trivers comenta sobre un experimento en el que cada sujeto debe identificar su
foto original entre distintas versiones levemente transformadas con un
programa. Los resultados indican que la gente elige consistentemente versiones
propias mejoradas en un 20%. ¿Por qué no eligen la que es un 50% o un 100%
mejor? Porque no son creíbles. Un 20% engaña con realismo.
Todos crédulos
Algunas pistas sugieren que estas estrategias
inconscientes constituyen un obsequio evolutivo. Muchos animales
logran reproducirse gracias a una autoconfianza en sus fuerzas, que señala a
sus competidores que es mejor no meterse con ellos. Los niños lloran y patalean
más frente a un auditorio, y cuanto más inteligente es la criatura, más miente
(la misma relación se ha demostrado en los monos).
Las (auto) mentiras sobre preferencias sexuales parecen
dar razón a la teoría de la “represión” de Sigmund Freud. Trivers
cuenta un estudio en el que se separa a un grupo de hombres según su grado de
homofobia y les muestran una relación sexual explícita entre dos varones. Los
más homofóbicos, aunque cueste creerlo, fueron los que más se excitaron.
En su libro The Folly of Fools (La
locura de los tontos), Trivers se mete con el engaño en la economía. Allí
explica su sorpresa al escuchar que los fraudes financieros pueden ser
controlados automáticamente por las fuerzas del mercado, siendo que la mentira
tiene un beneficio neto positivo en términos de supervivencia y de
reproducción. Para Trivers hay que incorporar a la economía los
conocimientos de la biología, fundamentalmente para entender qué es lo que
intenta maximizar cada organismo.
El autoengaño social permite la reaparición permanente de
los esquemas Ponzi, muchas veces ni siquiera maquillados. El profesor
de psiquiatría Stephen Greenspan (ninguna relación con el expresidente de la
Reserva Federal de Estados Unidos) estaba exultante por la reciente publicación
de su libro Anales de la credulidad. Tras referirse a los fraudes financieros y
a los esquemas Ponzi, en sus conclusiones recomendaba evitar actuar
impulsivamente y reconocer las propias limitaciones a la hora de invertir.
Pero resulta que Greenspan había invertido un tercio de sus
ahorros, alrededor de US$ 250.000, en una firma que manejaba el mismísimo
Bernard Madoff, el Ponzi moderno, cuyo fraude por US$65.000 millones lo vistió
para siempre con el traje a rayas. Greenspan terminó perdiendo todo y
se quedó releyendo su propia obra, tratando de entender cómo se había engañado
a sí mismo a tal punto de creer que podía darle consejos a los demás.
Este análisis sobre el autoengaño y su relación con el engaño en las finanzas es realmente provocador. Es fascinante cómo figuras como Ponzi han aprovechado la vulnerabilidad humana para crear ilusiones que persisten incluso ante la evidencia en contra. La idea de que el autoengaño es una herramienta evolutiva es intrigante; ¿podría ser que nos proteja de la dura realidad de nuestras elecciones? Me pregunto, ¿cuáles son algunas de las maneras más comunes en que nos engañamos a nosotros mismos en nuestra vida cotidiana? ¿Y cómo podemos reconocer y enfrentar estas mentiras para tomar decisiones más informadas, especialmente en el ámbito financiero?"
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