miércoles, junio 25, 2014

Los 3 secretos del éxito laboral (y hacer bien tu trabajo es sólo el 10%)

Nos gusta pensar que, en un mundo ideal, seríamos capaces de llegar lejos con nuestro propio esfuerzo, pero la realidad es muy diferente (Corbis).

“Trabaja duro y saldrás adelante”. Esta es la máxima bajo la cual todos nos hemos criado, una apuesta por el esfuerzo frente al talento, las influencias o el dinero transmitida, de forma bastante razonable, de padres a hijos. Sin embargo, todos los trabajadores se han preguntado en un momento u otro de sus trayectorias cómo es posible que, aun esforzándose al máximo, no les vaya particularmente bien, mientras ven cómo aquellos que se escaquean con una mayor frecuencia u obtienen peores resultados no dejan de ascender en la pirámide laboral.

Una situación aún más grave en un momento, el actual, en el que el paro ha alcanzado niveles astronómicos, y afecta tanto a estajanovistas como a zánganos. Con el objetivo de desentrañar cuáles son los tres factores que de verdad influyen en nuestra carrera, el vendedor récord de IBM y Xerox y actual consultor de varias empresas del Fortune 100 Harvey J. Coleman desarrolló el conocido como “modelo PIE”, que alumbró por primera vez en 1996 y que desde entonces ha sido utilizado con cierta frecuencia en el management.

Con un rendimiento insuficiente no podremos salir adelante, pero no es lo más importante

A través de dicho modelo, que desarrolló por primera vez en Empowering Yourself: the Organizational Game Revealed (AuthorHouse), Coleman intenta poner de manifiesto las “reglas no escritas” del mundo laboral. Quizá no sean las que más nos gustase seguir en un mundo perfecto, pero sí pueden ayudarnos a repensar nuestro papel en la empresa cuando notemos que nos hemos estancado o que nuestro puesto está en peligro. “PIE” no es más que un acrónimo de “performance” (“rendimiento”), “image” (“imagen”) y “exposure” (“exposición”), los tres conceptos clave que detallamos a continuación.

§  “Performance” (“Rendimiento”)
Todos estamos más o menos de acuerdo en que esto será lo que garantice nuestro éxito o fracaso. Aunque Coleman le concede cierta importancia y señala que con un rendimiento insuficiente no podremos salir adelante, considera que sólo representa el 10% de lo que debemos tener para triunfar. Solemos centrarnos exclusivamente en este aspecto despreciando todos los demás, y de ahí, la creencia de que tan sólo con el sudor de nuestra frente llegaremos lejos. Pero no es así.

§  “Image” (“Imagen”)
“La esposa del César no sólo debe ser honrada, sino también parecerlo”. Algo parecido ocurre con la imagen que ofrecemos ante nuestros compañeros. Por muy buenos resultados que obtengamos, estos serán inútiles si no actuamos de manera que proyectemos una imagen positiva a los demás. ¿Tratamos bien a nuestros subordinados? ¿Somos capaces de llegar a soluciones positivas cuando surge un problema? ¿Contribuimos a la buena marcha de la empresa o nos limitamos a alcanzar nuestros objetivos despreciando los del resto? En opinión de Coleman, el 30% de nuestro éxito depende de este factor.
En este punto resulta significativo conocer en qué consiste el “síndrome del impostor”, la sensación que algunas personas tienen de que no merecen el puesto que ocupan, a pesar de gozar de la aprobación de sus superiores o disponer de los datos que corroboren su éxito. La imagen que proyectamos ante los demás es muy diferente de la que tenemos de nosotros mismos, por lo que debemos aprender a mirarnos con una mayor objetividad.

§  “Exposure” (“Exposición”)
Hasta un 60% de nuestras posibilidades de triunfar en el trabajo pasa por ser capaces de mostrarnos relevantes a los ojos de los que realmente toman las decisiones. El mundo laboral actual nos ha obligado a ser nuestros propios publicistas, representantes y agentes de marketing, porque nadie va a hacer el trabajo sucio por nosotros. De ahí la importancia de redes sociales como LinkedIn, pero también, de nuestra capacidad para sacarle partido a nuestro trabajo en la oficina. Debemos preguntarnos si aquellos que van a decidir nuestra suerte de verdad saben lo que hacemos y, si la respuesta es “no”, actuar en consecuencia. Que no nos pueda la modestia: si no lo hacemos nosotros –con cierta mesura, claro está–, nadie lo hará en nuestro lugar.  

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