miércoles, enero 16, 2013

Eso que llamamos talento


El papel de los neumáticos es clave en la conducción de un vehículo. Ellos son quienes determinan la relación entre éste y la carretera. Soportan de forma elástica al vehículo y absorben las irregularidades del suelo. Pues bien, imaginen un neumático que resulta impecable en su resistencia a  la rodadura así como  a los esfuerzos dinámicos exteriores, increíble en su resistencia  a la fatiga y el desgaste, extraordinario en la minimización de ruidos y vibraciones y con elevada adherencia sobre pista seca. Pero con una sola debilidad: su impredecible respuesta sobre superficies mojadas. ¿Diríamos que es un buen neumático? Por supuesto que no.

Algo similar ocurre con un alto porcentaje de empresas de este país. Sus personas son la clave de su éxito o fracaso, ellas son quienes ponen en contacto a la empresa con el entorno económico; proveedores, clientes o competencia. Dan soporte a la misma y absorben las irregularidades que éste entorno transmite. Son el alma de la empresa. Pero, ¿cuál es su nivel de adherencia, en términos de eficacia y eficiencia, ante las condiciones del terreno?

De igual forma que un neumático demuestra su excelencia sobre superficies secas o mojadas, las personas muestran su capacidades, habilidades y, en definitiva, talento, con sus respuestas a las situaciones que el entorno genera. Estas situaciones pueden presentar dos apariencias: rutinas y problemas.

Entendiendo las rutinas como aquellos procesos que se repiten con regularidad y que tan sólo exigen una ligera flexibilidad en su ejecución, podríamos decir que en mayor o menor grado, la mayoría de las empresas cuentan con personas que conocen, dominan y ejecutan las rutinas de forma satisfactoria.

Los problemas, en cambio, son como las superficies mojadas. Aparecen de forma inesperada y responden a una saturación de las rutinas en su capacidad de respuesta a los cambios del entorno. La única, pero crucial diferencia entre una situación rutinaria y un problema es que en la primera la toma de decisiones es automática en base a una respuesta conocida y unos resultados controlados. Sin embargo, el problema es una situación descontrolada. Ni conocemos la respuesta adecuada, ni controlamos las consecuencias de la solución que decidamos ejecutar.

Dentro de esta categoría debemos incluir también a las llamadas oportunidades porque, salvando las distancias semánticas, se trata también de situaciones inesperadas que exigen nuevas estrategias de solución cuyos resultados no podemos anticipar.

En definitiva, el talento de la empresa depende de su grado de respuesta a rutinas y problemas. En otras palabras, el talento de las personas se expresa en la forma en que utilizan sus capacidades y emociones para dar respuesta a rutinas y problemas. Podríamos decir que existe un Talento Formal que regula nuestra interacción con las situaciones rutinarias y un Talento Estratégico que afronta aquellas situaciones inesperadas que denominamos problemas y oportunidades. Pero no hablamos de dos universos distintos que reúnen capacidades y habilidades emocionales diferenciadas, sino más bien de dos realidades que exigen distinta respuesta por parte de ellas. Las rutinas necesitan de las habilidades del trabajo en equipo, la empatía, la capacidad de síntesis, observación, relación, diferenciación o cualquier otra que nos podamos imaginar dentro de la taxonomía reconocida. Pero los problemas también necesitan de la colaboración, cooperación, observación y, sobre todo, deducción a partir del conocimiento práctico generado en el mundo de las rutinas.

No cambiamos de neumáticos cuando comienzan a caer las primeras gotas de lluvia sobre el asfalto. Tampoco lo hacemos de personas cuando los vientos de la certeza y la prosperidad menguan. Son las mismas personas, pero que deben combinar la utilización de sus capacidades en términos formales con la expresión de las mismas de forma estratégica. Si no somos capaces de conseguirlo, las consecuencias no se harán esperar en forma de deslizamientos, derrapes y finalmente colisiones que pueden resultar mortales.

¿De qué sirve contar con personas que ejecutan de forma optima sus rutinas si al primer problema que surge se descomponen como organización dejándose llevar por la incertidumbre, el miedo, la parálisis o el pánico?
¿De qué sirven los planes estratégicos si comienzan por no reconocer el auténtico sentido del término estrategia aplicado al talento de las personas?
¿De qué sirven los planes de formación y desarrollo si tan sólo se concentran en el dominio de las habilidades en términos de rutinas?

En fin, ¿de qué sirven los responsables de RRHH si no alcanzan a valorar el papel trascendental del Talento Estratégico y la necesidad de desarrollarlo en tiempos de bonanza sin esperar a las urgencias de la necesidad impuesta?
Una empresa sin Talento Estratégico es como un conductor que ante el deslizamiento de su vehículo en una superficie mojada, tan sólo acierta a pisar a fondo el freno encomendándose a la providencia.

Si tanto management, sabiduría directiva, cuadro de mando, plan estratégico y demás reconocimientos acaban en una invocación a la providencia, algo estamos haciendo mal o mejor dicho, hay algo que estamos olvidando y resulta aún más grave si es algo tan presente y evidente como la inteligencia de las personas, eso que llamamos talento.

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