martes, febrero 22, 2011

La cara oculta del liderazgo

He dudado bastante antes de poner este título. He pensado en otras formulaciones del tipo "nuevos retos", "la siguiente etapa", "hacia dónde va" o "qué hace falta que nos planteemos ahora".

Todas estas formulaciones -no muy originales, la verdad sea dicha- señalan lo que quiero plantear, y sugieren la necesidad de abrir nuevos caminos. Pero al final me he decidido por el título que encabeza estas líneas porque lo que quiero subrayar aún es poco habitual -ciertamente- pero no es en sí mismo una novedad, sino todo lo contrario. Ha estado siempre presente, pero a menudo de manera tácita y, sobre todo, a pesar de esta presencia constante, casi nunca se ha planteado como algo que debe abordarse y trabajarse de manera explícita y deliberada. Veamos, pues.

Cuando se piensa el liderazgo se presta atención en los resultados: si no ocurre algo, si no se genera una acción transformadora, no hay liderazgo. Cuando nos confrontamos con el liderazgo, la pregunta que se nos plantea es qué haces emerger con tu acción, y no sólo que digamos lo que tiene que pasar o hacia dónde hay que ir: charlatanes de feria, ya tenemos de sobras.

Resultados, pues. La otra gran cuestión que se aborda son los procesos; de todo tipo, personales, organizativos, sociales... pero procesos al fin y al cabo. La pregunta que se nos plantea es cómo haces emerger lo que haces emerger, qué dinámicas se generan. Sobre resultados y procesos se puede discutir todo lo que sea necesario y se les puede sofisticar tanto como se requiera pero, en resumidas cuentas, no dejan de ser resultados y procesos.

Y hay una tercera dimensión, tan relevante, al menos, como las anteriores, oculta, mucho menos analizada y, por supuesto, trabajada. Es la pregunta por la fuente personal de la acción (que no se reduce al tópico de la motivación, sino que va mucho más allá). La pregunta es cuál es la fuente de tu acción y qué es lo que la nutre. No puede haber liderazgo si no se trabaja la cuestión sobre con qué (y/o con quién) estoy comprometido, y cuál es la naturaleza de este compromiso.

Porque -explícito o tácito- no hay liderazgo sin compromiso, y sin que este compromiso se arraigue en estratos y registros personales muy básicos y fundamentales. Otra cosa es que esta pregunta no sepamos como manejarla, y nos sintamos más confortables hablando sólo de resultados y procesos. Otra cosa es que una pésima comprensión de lo que hemos heredado como separación entre público y privado nos lleve considerar erróneamente que realizar esta pregunta no es pertinente ni educado. Otra cosa es que a menudo creamos que es mejor no hacer la pregunta, no sea que nos encontremos con una respuesta.

Hoy se vincula muy a menudo el liderazgo con la creatividad, la innovación y el cambio. Si se me permite la analogía, deberíamos preguntarnos si -en el campo de las artes- asociaríamos el liderazgo a la pintura o al baile. Hasta ahora, de hecho, ha predominado totalmente la primera: el artista queda hasta cierto punto separado de su obra, podemos distinguir la pintura del pintor. Pero podemos separar el baile del bailarín? Es decir, a la persona de lo que ella genera? Pensar sólo en resultados y procesos nos acercaría a la analogía del pintor. Pensar sólo en términos personales, nos acercaría a la analogía del baile. Conviene, por cierto, tener en cuenta a las tres, e integrarlas, y si pongo ahora énfasis en la tercera es porque ha sido sistemáticamente descuidada.

Dicho de otro modo: la pregunta por la fuente vital apunta a la necesidad de elaborar y trabajar explícitamente las condiciones interiores (personales) desde las que la gente actúa. Apunta a adentrarse explícitamente en la capacidad de obrar con más conciencia y con más presencia personales. Después de todo, hay una pregunta -a menudo silenciada, e incluso (auto) censurada- que retorna periódicamente en el ejercicio de cualquier responsabilidad: ¿por qué hago lo que hago?

Pues esta pregunta –que va más allá del reto del liderazgo, pero que es inevitable en el ejercicio del liderazgo- es una pregunta que ya no se puede dejar en manos del azar cuando se trata de pensar y potenciar los liderazgos, al igual que ya hemos asumido que no se puede dejar en manos del azar el trabajo explícito en lo que atañe a resultados y procesos. Como dijo el director general de una empresa, "el éxito de una intervención depende de las condiciones interiores de quien interviene".

Podría acabar aquí mi comentario, y ya habría más que suficiente. Pero hoy ya no nos podemos conformar con eso. Hoy ya no podemos pensar que desarrollar la capacidad de conciencia y auto-presencia es un requerimiento sólo para los líderes. Hoy necesitamos -y más si hablamos de liderazgo- desarrollar estas capacidades colectivamente... y quizás este es un componente fundamental de los nuevos liderazgos que necesitamos.

Necesitamos que el incremento de conciencia sea colectivo, que el discernimiento sea compartido y que la conexión con la energía que hace posible la acción esté en sintonía y sea la fuente de las complicidades. En un sentido amplio de la expresión (porque estamos en las antípodas de pretender trabajar con clones, puesto que se trata exactamente lo contrario), debemos empezar asumir que en nuestros tiempos el liderazgo no requiere sólo compartir unas maneras de proyectarnos hacia el futuro y unas maneras de hacer en el presente. Requiere compartir, cada vez más, unas maneras de ser.

Francisco Varela dijo una vez, desde su formación como biólogo, que no vemos las cosas como son, sino que vemos las cosas como somos. Cuando se habla de liderazgos se habla mucho de visiones, y se interpela la gente ya las organizaciones sobre cuál es su visión. Ha llegado el momento de cambiar el presupuesto: este hablar y este interpelar no tienen salida viable si no se vinculan intrínsecamente a hablar y a interpelarnos (personal y colectivamente) sobre lo que somos. Sobre el núcleo que nutre y genera nuestra acción. Sobre la cara oculta del liderazgo.

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