martes, agosto 03, 2021

El desafío del liderazgo democrático

Los nuevos movimientos sociales rechazan las jerarquías y liderazgos tradicionales y proponen un modelo de participación ciudadana transparente y horizontal.

En el último tiempo y en distintos lugares del mundo aparecieron movimientos sociales que cuestionan la vieja forma de hacer política y proponen una nueva: las recientes protestas en Chile, las protestas en Hong Kong 2019-20, el movimiento Indignados en España, Occupy Wall Street en Estados Unidos.

Algunos explícitamente y otros de modo más implícito, todos estos movimientos rechazan las jerarquías y liderazgos tradicionales y proponen un modelo de participación ciudadana mucho más transparente y horizontal.

A diferencia de lo que ocurre en los partidos políticos tradicionales, estos movimientos no tienen estructuras piramidales formales, desprecian la figura del político profesional y usan las tecnologías digitales para movilizar la mayor cantidad de gente de manera rápida y barata.

¿Cuáles son las implicancias de este nuevo modelo de participación? ¿Podemos pensar que de ahora en más la política tendrá una forma cada vez más horizontal?

Sí y no. Por un lado, la rapidez y facilidad con que la información corre y las personas se movilizan alrededor de consignas comunes es una novedad que llegó para quedarse. Por el otro, el sueño de una política totalmente horizontal pareciera ser más bien eso: un sueño.

Mientras los movimientos permanezcan en el lugar de protesta es posible mantener la esperanza de horizontalidad total, pero apenas un movimiento adquiere poder político la desigualdad se vuelve inevitable. Como ya lo dijo el sociólogo alemán Robert Michels en 1911, toda organización trae aparejados verticalismo y desigualdad.

No importa si la organización levanta banderas progresistas o conservadoras, socialistas o capitalistas: quien dice organización dice desigualdad, la desigualdad básica entre el líder y los liderados. Pero ¿es la presencia de liderazgos necesariamente mala?

Según Michels y muchos otros, incluidos varios de los movimientos de protesta contemporáneos, sí. En esta visión, la desigualdad inherente al liderazgo es en sí misma nociva, y el desafío de una sociedad democrática es aplanarlos lo máximo posible. Hace unos años, la politóloga estadounidense Nannerl Keohane, ex presidenta de la Universidad de Duke y del Wellesley College, escribió un libro que cuestiona de fondo esta idea.

El liderazgo, dijo Keohane, no es solamente inevitable sino que también es necesario y muchas veces positivo.

Los líderes desarrollan una tarea fundamental: son quienes se encargan de proponer soluciones a problemas comunes y de movilizar las energías del grupo para llevarlas a cabo. No todos los liderazgos son positivos, claro, y en muchos casos un liderazgo negativo puede destruir la democracia.

En muchos otros, sin embargo, grandes líderes pueden generar grandes avances. Los casos más obvios son Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela. Siguiendo a Keohane, podemos pensar que el objetivo entonces no es tanto eliminar a los líderes sino prestarles especial atención para asegurarnos de que esos líderes sean constructivos.

En democracia, ¿Qué tipos de liderazgos queremos fomentar y cuáles no?, ¿Qué mecanismos de control podemos desarrollar para contener a nuestros líderes?, ¿Cómo vamos a asegurarnos de producir no uno, sino varios y varias líderes y lideresas de distintos colores, personas que recojan experiencias diversas y las pongan en conversación? Michels tenía razón pero también estaba equivocado: el liderazgo es inevitable, pero no todos los liderazgos son iguales.

Nicole Peisajovich 

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