martes, agosto 17, 2021

Acuerdo económico por un cuadro de Gauguin, que cada día pinta mejor

"Mata mua" (1892), de Paul Gauguin. Una de las primeras obras del pintor francés que fue objeto de una curiosa negociación en España, donde volverá después de estar en la bóveda de un banco en Andorra.

Sin dudas, las principales medidas políticas –después de las últimas elecciones- y el manejo de la crisis sanitaria son los temas centrales en la actualidad de España. Pero hace pocos días, todos los ministros del gobierno de Pedro Sánchez debieron reunirse para firmar otra cuestión: el acuerdo con Carmen Cervera, la Baronesa Thyssen, para que “Mata Mua”, pintura de Gauguin, retorne al museo en el corazón artístico y turístico de Madrid. “Estamos dispuestos a negociar por un acuerdo razonable y en un contexto de crisis”, había anticipado el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, y el Estado pagará unos 6,5 millones de euros por año, durante los próximos quince, para que el “Mata Mua” se quede en el Thyssen.

La vida de Paul Gauguin fue tan excepcional como su obra. “Mata Mua”, que en realidad tituló “Autrefois”, se remonta a fines de 1892, en su primera etapa en Tahití. Gauguin buscaba la inspiración en “pueblos exóticos” o “primitivos”, lo hizo primero por el Caribe y Centroamérica y ahora lo intentaba en las colonias francesas del Pacífico. “Je veux aller chez les sauvages” (“Quiero irme con los salvajes”) expresó, al alejarse de Europa. Jamás encontró el que, suponía, era el “paraíso perdido”. Pero “Autrefois” representaba, en el idioma local, algo similar al “érase una vez…” o al “pasado lejano” al que se refería la cultura europea. En concreto, sobre un lienzo de 91 centímetros de alto y 69 de ancho, Gauguin representa un paisaje tahitiano: un árbol en el centro y el primer plano de dos nativas sentadas, una de ellas tocando la flauta. Detrás, aparece la estatua de Hina, diosa de la luna, y la danza de tres mujeres con un fondo de una montaña rosa. Era una interpretación libre del pintor sobre distintos aspectos de la cultura polinesia.

Gauguin expuso el “Mata Mua” por primera vez durante una muestra individual en una galería de París, al año siguiente. Con las ventas de esos tiempos, pudo retirarse definitivamente a Oceanía en 1895 –murió en 1903 en las Islas Marquesas, en la Polinesia- pero el cuadro tomó su propio rumbo, integró diversas colecciones como la de Gustav Fayet y galerías hasta que comenzó su revalorización artística. A principios de los años 80 lo compró el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza en una subasta de Sotheby’s, en Nueva York, y en sociedad con otro magnate, el boliviano Jaime Ortiz Patiño, después de que lo llevara allí la última propietaria, la viuda del coleccionista Julius Wolff. Según David Nash, uno de los responsables de aquella subasta, “el barón Thyssen tenía en el comedor de su mansión ocho cuadros de Gauguin que le había prestado el Museo Pushkin. Cuando debió devolverlos, se propuso comprar un Gauguin de la época de la Polinesia y lo consiguió”. Thyssen y su socio boliviano acordaron que cada uno lo tendría por algún tiempo hasta llegar a un acuerdo definitivo. Entre ambos, pagaron 3,8 millones de dólares pero en 1989, el barón decidió quedarse con el cuadro y le abonó a su ex socio… 24,2 millones. Poco después, al inaugurarse el Museo Thyssen donde anteriormente se levantaba el Palacio de Villahermosa, en el Triángulo de Oro del Arte madrileño –que incluye los vecinos museos del Prado y Reina Sofía- “Mata Muha” ya era una de las joyas de la colección.

“Es completamente excepcional encontrar piezas de Gauguin de ese calibre, del período de Tahití, y por eso Matua Mua es particularmente valioso” explicó el ex conservador y jefe de investigación del Thyssen, Javier Arnoldo Alcubillo, catedrático en Historia del Arte. Gauguin había sido empleado de banco y luego, artista autodidacta. Se marchó de Europa después de aquel famoso encontronazo con Van Gogh en Arlés. “Se fue en busca de una vida sencilla, pues llegó a convencerse de que el arte estaba en peligro de volverse rutinario y superficial, y de que toda la habilidad y los conocimientos que se habían acumulado en Europa habían privado a los hombres de lo más importante: la intensidad y fuerza en el sentir y la manera espontánea de expresarlo”, escribió Gombrich.

El barón Thyssen le vendió al gobierno de España 775 cuadros de su colección, a un valor total de 350 millones de dólares hace casi tres décadas (1993). Esas obras integran desde entonces el Patrimonio Artístico de España y muchas de ellas conviven en el Museo con las que el Barón le dejó como herencia a Carmen Cervera, quien cuenta con unas 400 en su propia colección, “Mata Mua” incluida. Piezas del temprano Renacimiento, los paisajes venecianos, el impresionismo o los tiempos modernos hacen del Thyssen uno de los centros más admirados de Madrid, tanto por expertos del arte como por simples turistas.

Pero en los últimos tiempos fueron tensas las relaciones de la viuda con los distintos Gobiernos (además de tensas dentro de su propia familia, una de las más codiciadas por la “prensa del corazón”, dado el pasado de Carmen como reina de belleza y actriz). El Gobierno se hace cargo del mantenimiento y los seguros del Museo, pero en los últimos años la Baronesa decidió abrir otros museos, uno en Málaga y el otro en Sant Feliú de Guixols. Y se llevó varias de las obras más admiradas del Thyssen como “El puente de Charing Cross” (1899), de Monet, y “Caballos de carreras” (1894), de Degas, ambas del período impresionista, además de una moderna como “Martha McKeen” (1944), de Hooper. El conflicto recrudeció en plena pandemia, en junio del año pasado: la viuda sacó el “Mata Mua” para dejarlo bajo custodia en un banco de Andorra.

El barón y su socio habían pagado los mencionados 3,8 millones, que representaban un récord para un Gauguin en su momento. Ahora, regresando al Museo, la obra alcanza un valor incalculable. Tanto desde su dueña como desde las autoridades culturales españolas lo plantean como el eje de la reconfiguración artística del Museo, un centro de atracción como La Gioconda pueda representar en el Louvre.

De cualquier forma, no integrará el circuito de las grandes ventas, allí donde el nombre de Paul Gauguin también reluce entre los más importantes: su obra “Na fea faa Ipoipo” (¿cuándo te casarás?), del mismo período tahitiano, fue comprada por la familia real de Qatar en 2015 por 210 millones de dólares. Una cifra que solamente es superada, entre las subastas, por el “Salvatore Mundi” atribuido a Leonardo Da Vinci, por una obra moderna de Wilhelm De Kooning y por los 250 millones de dólares que los mismos qataríes pagaron para quedarse con “Los jugadores de cartas”, de Cezánne, poco antes de comprar el Gauguin.

Luis Vinker

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