miércoles, abril 26, 2017

Arrogancia y cambio: Claves de inteligencia emocional


Sócrates decía que cuando los dioses querían destruir a un ser humano le convertían en arrogante y así se destruía a él mismo. Si en la antigua Grecia la arrogancia podía ser un problema, en la Era de la Innovación y la Transformación digital donde la adaptabilidad es la clave, está se ha convertido en el peor enemigo del líder.

La arrogancia es una característica que impide conocerte a ti mismo, impide autoanalizarte y escuchar a los demás, por tanto impide analizar el entorno tu posición y el cambio. Además de la adaptabilidad  destruye el desarrollo del resto de nuestras capacidades emocionales básicas para el liderazgo: comprensión, influencia, colaboración, etc.

La condena de los que tienen este rasgo es convivir con la peor ceguera que existe, la ceguera emocional donde  nuestro cerebro no puede ver y  ni siquiera sabe que es ciego. Provoca la innovamiopía: Síndrome que te hace pensar que tu negocio no necesita importantes dosis de cambio y transformación. Cuyo pronóstico es la muerte lenta

Estamos tomando conciencia de que las emociones y motivaciones forman parte fundamental de nuestro rendimiento profesional. Estamos tomando conciencia de que estas son el motor, lo que nos impulsa en nuestro día a día y la base para dirigirnos a nosotros mismos.

Debemos aprender a gestionar nuestras emociones, para evitar el peor y más frecuente castigo de la era de la innovación: el envejecimiento prematuro profesional por falta de adaptación al cambio.

 Nuestro cerebro no está preparado para el nuevo entorno

Todos sabemos que los demás tienen falsas percepciones sobre ellos mismos, sabemos que se sobrevaloran, se infravaloran o simplemente desconocen el impacto nefasto de sus puntos débiles. Pero por alguna razón lo que vemos en los demás tan frecuentemente pensamos que a nosotros no nos pasa.

Nuestro cerebro es un órgano que  no está diseñado ni preparado para buscar la verdad, sino fue diseñado para ayudarnos a sobrevivir, pero en otros entornos remotos más estables.  Lo cierto es que nuestro cerebro nos engaña muy a menudo, nuestras percepciones son  muy subjetivas,  tenemos una especie de sistema inmunológico emocional  que nos hace percibir la realidad edulcorada, como más nos conviene desde un punto adaptativo pero a entornos lentos. Una de las principales áreas sobre la que nos engaña nuestro cerebro es sobre nosotros mismos.

Y esto hecho es más importante en un entorno organizativo cada vez más dinámico. La dificultad de nuestro autodesarrollo personal no reside tanto en aprender nuevas conductas y crear hábitos que las fijen, como en tener la capacidad de cambiar estas conductas para adaptarse a nuevos entornos organizativos.

Nuestro principal problema profesional es reinventarnos, para poder reinventar nuestro negocio. El principal reto no es tanto llegar, sino cómo evolucionar y reconvertir hábitos  en nuevos entornos innovadores y muy competitivos con una voracidad de cambio desconocida hasta ahora. Y que exigen de nosotros que sepamos mirarnos continuamente con capacidad crítica, que exigen que conozcamos cómo somos emocionalmente y qué nos motiva, para evolucionar superando el “dulce” autoengaño y poder avanzar y dirigir nuestro negocio a nuevas metas.

Nadie conoce a nadie, ni siquiera a sí mismo

En su teoría de la inteligencia emocional Daniel Goleman nos señalaba dos tipos de inteligencia, la interpersonal (relaciones con los demás) y la intrapersonal, que sería la capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo, teniendo acceso a los propios sentimientos y emociones, utilizándolos como guías en la conducta.

La arrogancia afecta de forma importante a este tipo de inteligencia pues limita nuestra capacidad perceptiva y empática, impide aprender de nuestros errores, debido a errores de atribución que nos lo impiden, impide escuchar las opiniones de otros, conversar productivamente, etc. Impide analizar la realidad de nuestro entorno y evolucionar.

Estas dos dimensiones de inteligencia emocional son las que permiten construir otras dimensiones y competencias emocionales como la comprensión de relaciones sociales, la colaboración, el conflicto o la  influencia. Es decir, nos invalida cómo líder.

Estas dimensiones de  inteligencia emocional que nos permite controlar nuestras emociones, sentimientos y motivaciones es la inteligencia más importante. Una vez dominada, el autodesarrollo y la reinvención son más fáciles. Y reinventarse es la clave de la supervivencia profesional en la era de la innovación. Si los líderes no se reinventan los negocios no se pueden reinventar.

Si la clave más valiosa de nuestro talento habilidades que una persona puede tener es conocerse a sí mismo para reinventarse, su principal enemigo es la arrogancia.

Dos motores básicos: humildad y escucha

Poner en práctica este tipo de inteligencia exige algo más que fuerza de voluntad, exige luchar de forma desconfiada y paranoica contra nuestro cerebro primitivo partiendo de la humildad de asumir que podemos estar equivocados, sabiendo que no debemos dejar que nuestras emociones más básicas nos dominen, tenemos que elegir “saber” la verdad.

Para ello debemos buscar otros ojos y espejos. Y esto debe estar sistematizado, debemos tener una curiosidad sobre nosotros mismos y hacernos cada día nuevas preguntas. Las personas que tienen más confianza en sí mismas son a menudo quienes más escuchan, quienes obtienen más feed-back, quienes buscan saber cómo y por qué hacen las cosas y cómo las pueden cambiar.

Las empresas, las organizaciones deben facilitar estos mecanismos de escucha sistematizándolos, haciendo evolucionar los anticuados sistemas de gestión de desempeño hacia sistemas de verdadero desarrollo profesional alimentándolos de emociones positivas. Y los profesionales deben buscarse sus propios sistemas de escucha dentro y fuera de sus organizaciones, para asegurarse su rendimiento individual a corto plazo y el desarrollo profesional a largo plazo. Para asegurarse que se producen nuevos comportamientos en la era de la transformación digital cuya principal característica es el cambio.

Debemos esperar que la innovación y su brutal exigencia se conviertan en más presión y en nuevas demandas que desconfiguren nuestras identidades profesionales, que conviertan nuestros entornos laborales en “prisiones emocionales” donde la confusión derive en desmotivación, estrés o ansiedad; donde reinventarnos a este frenético ritmo de cambio sea más difícil.

En la era de la transformación digital necesitamos una nueva  ideología profesional que deje de minusvalorar la importancia de la gestión de las emociones, que las saque de  esa semiclandestinidad a las que las tenemos condenadas, que busque entender sus mecanismos de funcionamiento y que las potencie como la parte más valiosa de nuestro talento.

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