lunes, enero 11, 2016

Corre, pequeño pony, corre: ¿podrían extinguirse los negocios de escala?

Para ser eficiente, ya no hace falta operar a enormes volúmenes; crecen los emprendimientos que apuestan por lo disruptivo.

A fines de diciembre y principios de enero, la mayoría de los medios online publican sus "mejores notas del año", "las más leídas", "las más inspiradoras", etcétera. El semanario inglés The Economist ubicó en una de estas listas un artículo provocador, publicado en la edición impresa de octubre, donde se habla de la "decadencia de la corporación de Occidente", tal como la conocemos. La ilustración es un dibujo de un ejecutivo con casco de gladiador, y el primer párrafo menciona la decadencia de la Roma de Augusto como una referencia a la situación actual de las grandes empresas. El ensayo es una buena medida del grado de disrupción que están viviendo los negocios tradicionales hoy en día: a esta supuesta caída de las grandes empresas no la anticipan Jorge Altamira ni Nicolás del Caño ni una revista del Partido Obrero, sino The Economist, sobre la base de datos de un informe de McKinsey. Dos íconos del capitalismo occidental, si los hay.

Entre las principales causas de esta supuesta crisis de las grandes corporaciones está lo que el experto en temas digitales de Harvard Nicco Mele llama "la comoditización de la escala": muchas de las barreras que históricamente separaron a las empresas grandes en perjuicio de la competencia de jugadores más chicos están siendo removidas por el abaratamiento y la ubicuidad de nuevas tecnologías. "La escala mínima de eficiencia se vuelve cada vez más pequeña", afirma Mele.

En un artículo del Harvard Business Review, Maxwell Wessel plantea que la escala, "uno de los últimos mástiles que quedaban en pie en la tormenta competitiva, ya no es un lugar seguro".

Los ejemplos son infinitos. Alguna vez se requerían anchas espaldas para fabricar un producto en China: delegados que conocieran las fábricas, una línea de montaje que garantizara un volumen de producción en tiempo y forma, etcétera. Hoy eso se resuelve con Alibaba.com, y pequeños emprendedores locales acceden a esta posibilidad sin mayores problemas: una de las charlas previstas para marzo en el Instituto Baikal, que reúne a empresarios innovadores y científicos locales, es sobre este tema.

Sistemas de software para procesar decisiones complejas están en la nube, al alcance de cualquier pyme. Lo mismo sucede con call centers que se pueden tercerizar; el financiamiento que puede llegar desde fuera del sistema bancario (financiamiento colectivo); la impresión 3D que permite producir a pequeña escala sin costos adicionales, y el blockchain (la tecnología revolucionaria detrás del bitcoin), que "presta" confianza ante los consumidores: ya no hace falta una marca con conducta intachable por décadas para que los usuarios confíen, si hay una red de millones de controladores (como sucede con el dinero virtual) que otorga ese valor.

Mele tiene una fascinación especial por los jugadores pequeños, que "corren de atrás". En la década pasada fue responsable de las campañas digitales, con un presupuesto cercano a cero, de candidatos demócratas como Howard Dean (en 2004) y de un postulante de ese partido por quien al principio nadie daba dos pesos: Barack Obama. Con una acertada política digital, sostiene el autor del libro The end of big (El fin de lo grande), "David se puede convertir en Goliat". No cree que este proceso sea inmediato, "porque las grandes corporaciones guardan montañas de efectivo con las que intentarán subsistir todo lo que puedan, pero sí inexorable". Su hipótesis se extrapola a todo lo grande, no sólo a las compañías del sector privado: también al Estado, las universidades, etcétera. Y obviamente hay excepciones: la fabricación de aviones, por ejemplo (aunque casos recientes, como el del argentino Diego Favarolo, que fabrica motores de cohetes en EE.UU. y compite con la NASA, muestran que hasta en el campo de industrias tan complejas y de rocket science los pequeños jugadores pueden competir).

Hay algunos problemas empíricos con esta teoría. Para empezar, muchos de los sectores para los cuales se anuncia una disrupción inminente (los hoteles con Airbnb, por ejemplo) gozan de una salud financiera y de un margen de ganancia inéditos. 2015 fue un año récord para las fusiones y adquisiciones en Estados Unidos y Europa, como la reciente entre las químicas Dow y Dupont. ¿Qué sentido tiene unirse para ser un jugador más grande si se comoditizaron las economías de escala? Mele da vuelta el argumento y sostiene que son meras "estrategias de supervivencia" ante el maremoto que se vive. Suena paradójico: por un lado, un reciente informe de USC mostró que en diversos mercados, las industrias tienen un 25% más de probabilidades de estar "altamente concentradas" que hace 20 años, y al mismo tiempo las grandes corporaciones tienen casi el triple de probabilidades de perder market share que en 1980.

Alberto Levy, especialista en estrategia empresarial, explica a LA NACION que "en las grandes plantas industriales, lo que se denomina «customización» masiva, basada en el desarrollo de la informática que converge con los procesos industriales, permitió a las empresas producir muchos modelos o tamaños o variaciones de cualquier tipo, sin perder «efecto escala». Esto se debió a que la informática logró que no fuera necesario «reconfigurar» las plantas para hacer los cambios del elemento a fabricar". En la nueva economía, sigue Levy, el requerimiento de escalar parecería diluirse. Sin embargo, lo que hace en realidad es transformarse en una "economía de foco", en la que los costos ya no son de una reconfiguración de la planta, sino de una "multiconfiguración de vínculos con muchos segmentos target".

Para el experto en temas de innovación Fernando Zerboni, de la Universidad de San Andrés, "la escala sigue siendo importante, pero hay algunas que han desaparecido. Las que se mantienen son las escalas de manufactura y de sistemas de distribución complejos. Otras son escalas de red, significan que a mayor cantidad de usuarios, más valor, y esto vale para todos los mercados".

En La economía conectada, el capítulo 6 de un reciente libro del físico ruso Andrei Vazhnov, se explica lo que significan las escalas de red en las plataformas digitales: "En general, si una red tiene N usuarios, el número de potenciales conexiones entre ellos es N (N-1)/2. Esta fórmula se conoce como la ley de Metcalfe y nos dice que el valor de una red crece aproximadamente como el cuadrado del número de usuarios. Una red 100 veces más grande pueda llegar a ser 10.000 veces más valiosa para los usuarios, con lo cual se genera un círculo virtuoso para crecer". Esto explica en buena medida por qué en los nuevos mercados la concentración es más alta y los "Goliats" (Google, Airbnb, Uber, Amazon, Alibaba) no parecen tambalear en el maremoto de riesgo al que hacen referencia Mele y algunos de sus colegas. En definitiva, la ola disruptiva hace que algunas escalas ganen valor y otras pierdan, y el futuro de cada negocio dependerá de cuán intensiva sea la escala pertinente en su matriz.

Este fetichismo por lo pequeño también hace perder de vista que son las empresas que crecen y se sostienen en el tiempo, las que generan empleo formal a gran escala y crean vínculos sociales fuertes. Por eso las políticas públicas en el área de emprendedorismo tienden a promover los proyectos de alto impacto por sobre una atomización de pequeños jugadores que implica un entorno más frágil (y también más difícil de regular y de hacer tributar al Estado).

Los incentivos son, desde el sector público, a la multiplicación de "unicornios", firmas innovadoras con más de 1000 millones de dólares de valuación. En la Argentina hay cuatro (MercadoLibre, Despegar, OLX y Globant), más "centauros" (más de 100 millones de dólares) y muchos más "pequeños ponies", como se empezó a llamar recientemente a empresas de anclaje digital con una valuación de más de 10 millones de dólares.

Sebastián Campanario

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