miércoles, julio 04, 2012

Gotas de lluvia caen en mi cabeza

Te invito a que hagas una búsqueda de imágenes en google con las palabras clave “planeta tierra”. Escoge cualquiera de las imágenes que te ofrece como resultado de la búsqueda. Amplia dicha imagen en tu pantalla, o si prefieres imprímela. Contémplala durante unos minutos. ¿Qué sientes? ¿Qué pensamientos te vienen?

Efectivamente, tú y yo estamos ahí, aunque no podamos vernos. Estamos compartiendo este preciso momento, desde diferentes lugares. Juntos a nosotros dos, hasta 7.000 millones de personas. Compartimos tiempo y espacio. Eso sí, si por espacio entendemos el planeta y no nuestro particular rincón o lugar. Efectivamente, entre tú y yo no hay fronteras, ni divisiones arbitrarias, no hay separación real. Compartimos planeta.

¿Qué nos ha movido a crear tantas “fronteras” que nos separan? Países, ciudades, barrios, empresas, asociaciones, partidos, etc. Todo tipo de formas de organizarnos que hemos convertido en formas de separarnos. Con toda linea que trazamos para demarcar lo mío, lo nuestro, estamos dejando fuera a los que no cumplen con los criterios que me definen, que nos definen. Con ello, el paradigma de la separación, nos hemos creído que se trata de competir y de buscar nuestro “bien particular”, olvidando que las “fronteras” las creamos nosotros.

Haciéndolo así, nos olvidamos que compartimos objetivo. De la misma forma que dentro de una empresa, se busca que los diferentes departamentos se alineen en torno a la visión y objetivos globales de la empresa, a nivel mundial, deberíamos buscar ese alineamiento global. Por encima del “bien particular”, estaría el “bien común”. La ilusión de la separación, nos lleva a no ver esta necesidad de alineamiento global, entre humanos como especie, y con el planeta como “casa común” de especies y diversidad.

Esta miopía colectiva, ha estado alimentada por la ciencia de la motivación. Cuando se ha profundizado en el diseño de formas de “hacer que los demás hagan lo que queremos que hagan”, nos hemos enfocado colectivamente en empujar a los demás, o en tirar de ellos. Con la excusa de buscar motivar a los demás, en trascendencia de la motivación extrínseca, hemos diseñado “palos” y “zanahorias” cada vez más sofisticados. “Premios” y “castigos” que fundamentalmente se basan en gestionar el “miedo” de las personas. Miedo a no tener, miedo a perder, miedo a ser rechazado, miedo al fracaso, miedo a que nos hagan daño… Una dosis de miedo cuando los resultados no se alcanzan, hace que la persona se mueva. Lo que no está claro es hacia donde se mueve.

¿Funciona realmente eso del “palo y la zanahoria” a largo plazo? ¿Y a corto? ¿Funciona tu empresa u organización con sistemas de este tipo? El miedo, base sutil e íntima de la motivación extrínseca genera, en mi opinión, una desconexión esencial en la persona. Al perseguir lo que está fuera de uno mismo, se arrincona al mismo tiempo lo que hay dentro: el talento natural, los valores personales y colectivos. De alguna forma corremos así, el riesgo de olvidar la “semilla interior” que todos llevamos. Una semilla que nos hace diferentes y únicos. Con cada uno de nosotros la vida busca diversidad en su secuencia de pruebas y errores, pues la estrategia de la diversidad es la que garantiza la continuidad de la vida. Ha sido así durante 13.700 millones de años.

Al mismo tiempo, la realidad que vivimos, con su enorme complejidad y velocidad exponencial de cambio, nos trae el recuerdo de los tiempos remotos en que colaborábamos de forma natural. Unos tiempos en los que lo importante era el “bien común”. Son muchas las voces que están articulando este recuerdo. Aunque podamos decir que es algo nuevo, en realidad no lo es. La colaboración es algo intrínsecamente natural, que habíamos olvidado y que los efectos de nuestro olvido (en forma de todo tipo de crisis) nos están haciendo recordar.

¡Es el momento de la motivación intrínseca! El momento de apelar al liderazgo de cada uno, del auto-liderazgo. De dejar de pensar en que alguien solucionará nuestros problemas. De comenzar a sentir que somos responsables de lo que ocurra en nuestras vidas, en nuestras organizaciones. Y para ello, es preciso crear espacios en los que cada persona encuentre aquello que le motiva, desde dentro, desde la esencia, desde la claridad de nuestra misión personal, y de aquello único que tenemos para contribuir al “bien común”.

Puede parecer utópico, tal vez. La naturaleza nos da una excelente metáfora con el desierto de Atacama. Un lugar de calor extremo, donde la lluvia hace su presencia cada muchos años. Un lugar desértico, donde millones de semillas esperan pacientemente trece años, conocedoras de su esencia y de su propósito, a que 25 milímetros de lluvia por metro cuadrado, las rieguen para activar su expresión auténtica, creando una alfombra mágica de color.

De la misma forma, en cada persona hay una “semilla”, esperando esas gotas de agua, que le permitan expresar auténticamente quienes son. Ahora está lloviendo, mucho. ¿Notas las gotas de agua? ¿Sientes los truenos y rayos de la tormenta? Permite que te moje la lluvia y empape tu propia semilla. Es el momento de “florecer” y de aportar lo que eres para el “bien común”. Asegúrate de que lo que te mueve viene de tu interior más profundo, de lo que eres, no de lo que tienes o quieres tener. Expresa plenamente quien eres.

Aquellos a quien llamamos “lideres” tienen la responsabilidad de ser “lluvia fina” para los demás. Así, las empresas y organizaciones que den esas “gotas de lluvia”, en forma de visión, propósito colectivo, colaboración y alineamiento con el “bien común”, podrán acceder al núcleo de la motivación intrínseca de las personas. Y las personas responderán con su mejor expresión.

¿Cuánto hace que no llueve en tu organización?

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