Hace unos días un cliente me comentó sus “dificultades” con un colectivo de la generación “Y”. Me describió los síntomas que según ella afectaban la situación: rotación, falta de compromiso, falta de ambición, están conectados todo el tiempo, impacto en el trabajo. El pedido era claro “Hacer que cambien de actitud”. Enseguida me di cuenta de que el trabajo a realizar no era solamente con los “Y” sino también con “baby boomers” y los “X”.
Mi primer contacto con un miembro de la generación “Y” fue hace 25 años. Fue una experiencia memorable. Acababa de nacer mi primer hijo. Mi segundo contacto fue hace 23, mi segundo hijo. Otra experiencia memorable.
Claro está que a nadie le enseñan a ser padre. A diferencia de un directivo, un padre se aprende siéndolo. Bueno, tal vez, a ser directivo también se aprenda siéndolo, al menos en parte. Tal vez por este motivo, los primeros años tiré mano de los paradigmas que había aprendido en mi propia infancia, con algunas modificaciones apoyadas en otros paradigmas nuevos que quería introducir.
Lo que no pensé para nada entonces, es que mis hijos, de la generación “Y”, pudieran tener algo que decir sobre los paradigmas que estaba utilizando. Es decir, que durante los primeros años, de alguna manera estaba negando esa posibilidad a la nueva generación. En terminología de interculturalidad es lo que se denomina “negación”. Mi paradigma estaba basado en una mentalidad “monocultural”, que me llevaba incluso a ni siquiera pensar o reconocer el cambio.
A medida que fueron creciendo, la realidad relacional se encargó de ir empujando mis paradigmas hacia el abismo. Pero yo seguía sin verlo. De ahí que durante la adolescencia de mis hijos, surgió la “polarización”, siguiente fase en el desarrollo de la competencia intercultural. Yo defendía mi posición y ellos la suya. Se había creado una situación de “nosotros y ellos”. Nos estábamos enfocando en las diferencias como opuestas, como negativo. Mi enfoque era “¿Cómo puedo hacer que cambien de actitud?”. La sangre nunca llegó al río pero las diferencias en algunos momentos fueron importantes.
Coincidiendo con lo que mi jefe llamó “crisis de mitad de los 40”, momento en que comencé a mirar hacia dentro de mí y pensar en mi desarrollo no solo como directivo sino como persona, comencé a desarrollar una mirada diferente de mis hijos, de los “Y”. A fin de cuentas tenían sueños como yo, valores como yo, creencias como yo, amigos como yo. Así, me fui centrando más y más en los aspectos en común. Incluso llegué a pensar, ¿Cómo puedo pedir a mi hijo que se espabile y se independice sin dinero y un trabajo de 850 € al mes, cuando yo no tengo el coraje de dejar un trabajo que me gusta menos cada día cuando tenía ahorros como para atreverme? Entrar en la tercera fase del desarrollo intercultural, la “minimización” me permitió ver lo que teníamos en común y acercarme de nuevo a ellos.
Desde ahí les animé a conocer su talento, a articular sus valores, a perseguir sus sueños, y a distinguir entre rol y esencia, asumiendo su propio liderazgo. Había en ese momento aceptado su diferencia, aunque no tenía muy claro que hacer con ella. Esta “aceptación” fue fundamental para abrir el espacio a nuevas posibilidades de co-creación, haciendo de muchos momentos que antes eran normales, momentos memorables. Incluso hemos llegado a plantearnos proyectos profesionales conjuntos.
Y aún puede haber más. Necesitamos seguir trabajando en la relación pues el último estadio de la competencia intercultural es la “adaptación”. En éste, se desarrolla la capacidad de entrar en un entorno diferente, un entorno donde se encuentra la otra generación, ser capaz de adaptarse y comportarse como tal, sin renunciar ni perder mi propia cultura. Esto me va a costar un poco más, pues a los 50 eso de asistir a una “rave” va a ser un poco difícil. Aunque ¿por qué no?
Por encima de toda diferencia existen unos valores humanos universales, que describe Peter Block como: amor, libertad, compasión, “fe” en un ser supremo, integridad, igualdad, colaboración, justicia, reconciliación, creatividad, interés por la siguiente generación. Lo que ocurre, tal vez, es que valores de menor calado nos ciegan e impiden ver y aceptar la diferencia. La diversidad es la estrategia que ha seguido la Vida para llegar a donde está, habiendo comenzado de la “nada”.
Por eso le pregunté al cliente ¿Cuál es vuestra contribución a que tengan esa actitud?
Rodolfo
ResponderEliminarRealmente me he convertido en una fan suya.
Me resulta muy atractivo su blog y su forma de escribir!
Sería un honor que comente en mi blog!