sábado, febrero 26, 2011

Impaciencia

La velocidad está definitivamente reñida con la estrategia. Realmente, cuanto más deprisa vamos más necesitamos estar pendientes de lo que tenemos más cerca, no sea que vayamos a topar violentamente con ello y darnos estrepitosamente de bruces en el suelo.

De relacionar la velocidad con salvar una distancia, llegar lo antes posible es lo que prevalece y, para ello, suele ocurrir que no sólo nos planteamos imprimir cierta aceleración a nuestro movimiento sino que también nos planteamos metas más cercanas… así, no sólo llegamos antes sino que no hemos de ralentizar nuestro paso para dosificar recursos.

La velocidad genera una tensión que, no sé si por causa o efecto, está íntimamente relacionada con tomar decisiones que son acordes con las necesidades en el momento en que se plantean, es decir, rápidas. Así pues, y por ilógico que parezca, ir demasiado deprisa nos aleja del futuro manteniéndonos perpetuamente encadenados a la [no] vivencia de un presente continuo.

La estrategia está relacionada con un paso que, sin ser lento, permita contemplar el entorno e incluso detenerse brevemente en alguna singularidad del paisaje, caso de que el detalle lo merezca. Visualizar posibles escenarios y realizar recorridos mentales de ida y vuelta hacia el futuro, a modo de incursiones de exploración, no requiere tanto de horas [tiempo exterior] como de tiempo interior [paz] para percibir y dibujar aquellos detalles más relevantes sobre los que luego formular intenciones, objetivos, retos o metas.

Es harto improbable que alguien se dé cuenta de nada o de que divise algo de valor, si va con prisas. La prisa sólo permite deslizar una mirada superficial sobre las cosas y ver lo que es groseramente evidente.

Sea como fuere, esta posición, la rápida, es tan buena como la que más si uno pretende vivir conscientemente instalado en ella. Ahora bien, cuando lo que se quiere es llegar rápidamente a tomar decisiones relacionadas con dibujar un futuro incierto y lejano, el tema ya es otro cantar. Y es justo esta melodía la que se repite invariablemente, como si de un ostinato se tratara, en la mayoría de los equipos de trabajo que se entregan a reflexiones estratégicas en los cuales pueden darse grandes dosis de sufrimiento identificables a partir de los siguientes síntomas, para los cuales no hay que ser, ni especialmente observador ni estar muy entrenado para verlos fácilmente:

> Perder la paciencia ante el reto de establecer escenarios futuros: La lógica que subyace a este síntoma está relacionada con aquello de que lo que está por venir puede esperar y todo aquello que no sea meterle mano al aquí y ahora es perder el tiempo.

> Confundir lo que se necesitará con lo que se tiene: Casi con toda probabilidad, los escenarios futuros plantean competencias profesionales y recursos con los que no se cuenta en la actualidad. No contemplar que existe una distancia [un tiempo] por medio para conseguirlos y que, seguramente, éste es el objeto de la planificación, conduce a actitudes fóbicas de huida y de aprehensión obcecada del presente.

> Confundir deliberadamente el qué con el cómo: Éste es un tema de falta de metodología y disciplina estratégica, consistente simple y llanamente en plantearse objetivos de futuro a partir de los recursos disponibles en el momento. Por decirlo de otro modo, se trata de anteponer las dificultades al deseo, necesidad u oportunidad de conseguir algo.

> Desfallecer ante la imposibilidad de garantizar resultados a corto plazo: Alerta en no confundir este punto con el primero ya que aquí, de lo que se trata, es de la incapacidad de gestionar la ansiedad que produce no dar rienda a la prisa por asegurar resultados rápidos a estrategias que se plantean a medio o largo plazo.

> La necesidad de ser infalibles: Una variante más del Mito del Héroe a partir del cual hemos de estar a la altura de las expectativas que se ciernen sobre nosotros. Expectativas que las más de las veces desconocemos, que tan sólo nos figuramos y que, seguramente y sin querer entrar en ningún tipo de análisis, se hallan fuertemente ancladas en nuestro inconsciente más desvalido. Si alguna cosa pone en duda el futuro es que lleguemos a él, es por eso que hay prisas por capturarlo y surge la dichosa impaciencia por acercarlo.

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