martes, enero 04, 2011

Ser “single” está de moda

Ser solo y elegir llevarlo por la vida como un slogan y no como una discapacidad no es sencillo. Que el pote familiar termine sacando hongos en la heladera, que la cena con amigos siempre tenga un plato impar y que se rumoree que “si a esta edad está sola/o por algún lado debe perder aceite”, no es para cualquiera. Pero si ya existen los fundamentalistas del ser single es porque, desde este lado del mostrador, hay pocos deseos de preguntar “¿cómo fue tu día, amor?”, de negociar espacios que bastante costó reconquistar, de dormir con alguien pero abrazado de nadie y de pagar caro lo que queda disponible en el mercado del usado.

“Ser solo” no es lo mismo que “estar solo”

La primera es una elección aunque no necesariamente definitiva. Guarda (no esconde) un anhelo (no una urgencia) de encontrar (no de forzar el encuentro) un compañero/a. “Estoy solo”, en cambio, suena a padecimiento. Por desgracia o por vocación, un 49,9% de los porteños no tiene pareja. El dato corresponde a la última Encuesta Anual de Hogares del Gobierno de la Ciudad, que también muestra que el repliegue de algunas mujeres trascendió incluso la postergación de la maternidad: un 17,4% culminó su ciclo fértil sin haber tenido hijos.

“Hasta que comenzaron los movimientos de liberación femenina, la sumisión y la dominación estructuraban las relaciones amorosas. Nuestras abuelas decían ‘es lo que nos tocó’ o ‘hay que aguantar’ y de ahí brotó un concepto tan nocivo como el de ‘la media naranja’: el precio que se debe pagar por buscar la mitad que nos falta y ser alguien supuestamente completo”, introduce Walter Ghedin, médico psiquiatra y autor del libro “Tipos que huyen”. “Hoy, en cambio, para muchas mujeres los mandatos ‘maternidad’ y ‘familia’ son una elección y no un imperativo, por lo que dejaron de ser el anzuelo para correr a buscar pareja. Claro que hay muchos hombres que, ante una mujer independiente, que tiene un pensamiento propio, que puede hacer demandas más profundas, que no tiene urgencia por tener hijos y que no necesita un hombre proveedor que la mantenga, se acobardan, mienten para encubrir sus temores ante el avance femenino y huyen”, describe.

El perfil de los “neosolteros” –así los llama la escritora Carmen Alborch, autora del libro “Solas”–es el siguiente: más de 30 y hasta 60 años, profesionales calificados, económicamente estables y que no tienen como meta la vida en pareja. “Además, están los hombres que ya tuvieron esposa e hijos, se separaron y lograron recuperar sus espacios y decorar sus departamentos como se les antoja. Aunque se muestren apetecibles y en carrera, tienen como lema ‘a mí no me agarran más”, suma Ghedín.

“Lo que hay es una enorme dificultad para formar parejas”, dice Teresita Ferrari, periodista y autora del libro “Soy sola”. “Por un lado, se retrasa el encuentro: antes, cuando terminabas el secundario estabas lista para casarte; hoy muchos prefieren avanzar solos con proyectos propios: el posgrado, el viaje, la casa. No quieren parecerse a esas madres que repiten ‘yo dejé todo cuando me casé’. Por otro, seguimos pensando en el amor en términos de mariposas en el estómago y perseguimos el viejo mandato de buscar a alguien que nos complete y nos guíe en vez de alguien con quien poder hacer una buena sociedad anónima. Ponemos en el otro un ideal y le terminamos echando la culpa de todo eso que no puede ser. Recién ahí nos damos cuenta de que el Príncipe Azul destiñe”, opina.

Aunque para quien está harto de estar en pareja la soltería por elección se parece al paraíso, el concepto de “ser solo” se lleva como una reivindicación pero no permanente. “La ventaja es la posibilidad de administrar tu propia vida. El solo dispone de su dinero, de su tiempo, de la libertad de irse, de pensarse y siente que es leal consigo mismo por no estar con alguien a quien no ama sólo por estar acompañado”, dice Ferrari.

Pero tiene aspectos negativos: “Muchos creen que tienen que salvarnos y presentarnos a alguien, pero las citas a ciegas son elecciones propias hechas por otro, por eso creo que no suelen funcionar”, opina la autora. “A veces me acuesto con la cara encremada y la remera de Snoopy y me siento una afortunada; otras me pregunto por qué no soy capaz de habitar esta cama con alguien. A veces pienso en lo maravilloso de que nadie me hable de mañana; otras, cuando me voy de viaje pienso ‘si me muero acá ¿me querés decir quién me va a reclamar?”, se ríe.

Y es así. Comprar un zapallito, una zanahoria y la planta de lechuga más minúscula, ponerle magia a una comida que nadie alabará o abrir la puerta de casa y encontrar que todo está exactamente como lo dejamos puede ser, según como se lo viva, una escena aterradora o simplemente un hogar.

Fuente: clarin.com

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